lunes, 16 de noviembre de 2009

Día 5 - Resistencia Combatiente de Valparaiso, parte II

Una fuerte motivación puede llevar a un hombre a hacer actos temerarios sin dar mucho lugar a la duda.
El deseo de encontrar gente, de poder charlar, saber que está pasando en otros sectores, de reencontrarme con la ex comunidad, o mejor aún, reencontrarme con ella, eran mis motivaciones. Y me hicieron correr rapidísimo, saltar alto.
Ningún obstáculo fue limitante a que siguiera avanzando, ninguno de esos infectados me hizo vovler atrás, era como un caballo de carrera.

Al llegar a Errazuriz, Una gran cantidad de autobuses y automóviles abandonados. Todo rodeado por infectados, la mayoría en estado de descomposición, o con graves heridas que impedían que avanzaran tan rápido, para mi suerte.
Al ser un campo abierto, me imagino que resultaba muy difícil el encontrar un infectado fresco. Nadie en su sano juicio podría atravesar este lugar sólo. Afortunadamente yo estoy un poco loco y tengo mi Parkour. En estas circunstancias, puedo decir que sólo cuando se está en una situación de vida o muerte y lo utilizas, toma verdaderamente sentido de utilidad todo el entrenamiento. De no ser por él estaría muerto o sería una de esas cosas.
Con la carrera pude saltar sobre un automóvil, y desde ahí, saltar y engancharme a un autobus, subir al techo y saltar a otro autobús. Desde ahí me lancé al otro lado de la avenida en un salto de fondo, rodando en el concreto y al lado de un par de infectados, la velocidad de la carrera impidió que atinaran a alcanzarme, sólo a dar la vuelta en dirección del ruido de mi recepción en suelo.
Levantándome, seguí la carrera hasta la valla del metro y desde las líneas corrí hasta el muro que separaba la ciudad de la Aduana. Hasta aquí fue fácil.
Al pisar el suelo de la Aduana del puerto, me percaté que había caido en una zona separada con infectados, muchos de ellos. Se dirigieron a servirme de entremes, lo que no me dio tiempo de tomar un respiro.
Decidí trepar un container, y aproveché la continuidad de sus posiciones, para saltar uno sobre otro. Los infectados me seguían por debajo, gritando con furia al no poder alcanzarme.
El siguiente paso fue buscar altura para ver en que posición exacta me encontraba y hacia donde tenía que dirigirme.
Subí a containers apilados sobre otros, alcanzando una altura considerable. Mis manos transpiraban y parecían jabones, y estaba muy fatigado. Sin embargo cualquier error podía costarme la vida. Si no moría en la caida, seguramente los infectados se iban a encargar de mí.
Logré subir y sacar los binoculares. Debía cubrir un buen tramo por sobre containers, subiendo y bajando, hasta llegar a una grua la cual me permitiría llegar hasta arriba de una reja que separaba la zona de infectados de una zona aparentemente segura. Me tomé el trayecto con calma. Aquí arriba estaba seguro de esas cosas, y no sabía que me encontraría al otro lado, por lo que guardé energías.

Hecho. Llegué al otro lado, bajé la reja y comencé a avanzar entre unos camiones. No había señales de nadie. A lo lejos veía a tipos armados sobre gruas, pero al parecer no se habían percatado de mi presencia. Gritar por atención podía ser fatal si es que había un infectado dando vueltas. O si me confundían con un infectado y habrían fuego.
Avanzé alrededor de trescientos metros entre camiones y barreras. Derepente siento un golpe en la nuca y caí al suelo. Una patada en la cara se encargó de dejarme fuera de combate, antes de que pudiera hacer nada.



Desperté en la noche, desorientado, en lo que parecía ser un container. Un dolor terrible en la nuca y al costado de mi rostro hacían que mi cabeza palpitara con sólo pensar.
Un farol daba luz a la improvisada habitación. Me di cuenta que estaba sobre un colchón en el suelo. A mi lado un plato con comida y agua. Comí todo como si fuera uno de esos infectados. Mi cabeza estaba cubierta con vendas.
Ninguna de mis cosas se encontraba en la habitación. Ni mi mochila, ni mis armas, nada.
Me levanté, algo mareado y avancé afirmado de la pared del container hasta la puerta. Al salir, dos sujetos grandes me tomaron cada uno de un brazo y me llevaron, casi arrastrando hasta otro container. A pesar de intentar safarme, preguntarles de que se trataba todo, no obtenía respuesta a mis preguntas, ni siquiera me miraban.
En el trayecto pude ver que el lugar estaba lleno de sobrevivientes. Viviendo en containers, habían varias familias. Muchos hombres armados. Me miraban como si encontraran mi presencia la de un extraterrestre.

Mis escoltas me metieron dentro de otro container con una mesa, me sentaron frente a ella,y se pusieron cada uno a mi izquierda y mi derecha.
Al rato aparecieron tres sujetos. Uno tendría alrededor de cincuenta años, con pinta de uniformado, de mirada poco amigable. La segunda persona era una mujer de unos treinta años, muy guapa, me regalaba una mirada de lástima, me imagino que por mi condición no era para menos. El tercero fue el que me dirigió la palabra. Era jóven, tendría alrededor de 25 años, algo menos que yo, de contextura atlética, vestido con un abrigo bastante ostentoso, parecía estar siempre con una sonrisa en el rostro, pero su mirada simplemente no me daba confianza.

"Soy Alfonso Jimenez, el líder de esta comunidad - principió con tono acogedor- el caballero a mi lado es Juan Méndez, mi mano derecha y comandante de las tropas de la Resistencia, y la señorita es Paula Oath, enfermera, y quien te vendó tus heridas.
Te ruego disculpes el trato de nuestros combatientes, pero debes entender que ante la alta seguridad de nuestra comunidad, cualquier incidente fuera de lo normal debe ser rápidamente atendido.
Esperamos que podamos retribuirte por el mal trato con el que te hemos recibido ¿Cuál es tu nombre?".

"La comida es un buen comienzo - respondí- Mi nombre es Daniel, Daniel Astorga ... ¿Qué es exactamente este lugar?¿Cuántos sobrevivientes hay aquí? ¿Cómo tienen tantos hombres armados?"- Fueron las preguntas que atiné a realizar.

Jimenez continuó -" Bien, Daniel. Cuando la pandemia nos azotó, este lugar era un caos. El virus se comenzó a propagar por la llegada de un crucero con sus tripulantes infectados. El crucero encayó en Barón y fue cosa de minutos para que los infectados atacaran a la población. Como sabrás uniformados, como el señor Méndez, hicieron lo posible por contener a los infectados, pero era tal el desorden que ya no se podía distinguir entre infectados y gente sana. La orden fue eliminar todo lo que se moviera.
El resto creo que debes saberlo. Mucha gente, ante la fallida protección de los cerros, optaron por ir a "zonas seguras" ofrecidas por el gobierno. Pero tiempod espués no se supo más de la existencia de este, y las zonas seguras fueron un caos. Quienes no murieron por los infectados, murieron de hambres, por delincuencia. Las tasas de suicidios fue altísima también.
Con el señor Mendez y la señorita Oath estabamos en uno de esas zonas seguras, cuando fuimos atacados por una horda de infectados. Nos organizamos para escapar, y decidimos retomar este lugar, al otro lado de donde comenzó el brote en Valparaiso. A veces los lugares más vulnerables pueden ser los más seguros. Reunimos una cuota de hombres armados y huimos en camiones hasta este lugar.
A ensayo y error aprendimos a usar la grua y mientras hubo energía usamos los containers como murallas contra los infectados. Reunimos las armas de los uniformados que perecieron en la primera oleada, rescatamos sobrevivientes, reunimos todo lo necesario para vivir (alimentos, leña, etc.), y organizamos normas de convivencia y finalmente armamos nuestra propia guerrilla contra esos desgraciados, la Resistencia Combatiente de Valparaiso.
Lo que yo quiero saber, es como supiste de nosotros, y lo más importante como lograste entrar sin ser notado, ni ser devorado por una de esas cosas".

Le relaté como encontré el mensaje y mi trayecto hasta aquí.
El joven líder continuó.

"¡Vaya! jajaja. Es usted una persona impresionante. Ese lugar fue limpiado por nuestras tropas, cuando fueron en busca de sobrevivientes en ese edificio. Y esa habitación fue "decorada" por algunos de nuestros soldados, y el mensaje obviamente era una broma. Una apuesta más bien. Nunca pensamos que alguien pudiera llegar hasta este lugar... Me ha hecho perder una apuesta, señor Daniel.
Sus habilidades pueden sernos bastante útiles. Si desea, puede compartir su compañía con nosotros. Le alimentamos y mantenemos a salvo y con comodidades, si usted accede a entrenar a nuestras tropas en su ¿Parkout?"
Parkour, le corregí. Y acepto su proposición. No sabes cuanto tiempo he estado en busca de más gente".


Jimenez hizo un ademán y fui llevado a mi "recamara". Dormí como un tronco en ese colchón.
Al otro día me despertaron cuchicheos. Me lavé (tenían agua embotellada), y disfruté de las comodidades. Me afeité, lavé mis dientes, me cambié de ropa por una más cómoda. Sin embargo no encontraba mis cosas.

Los cuchicheos resultaron ser un grupo de niños que me espiaban por la puerta como si fuera de otro mundo. Al salir me bombardearon de preguntas y me invitaron a tomar desayuno. Me guiaron hasta unas mesas de camping donde había mucha más gente que me esperaba. Me atendieron como a un invitado famoso.
Estaba comiendo cuando la visión frente a mi hizo que la taza de café y el pan amasado con manjar se me cayera de las manos. Entre la masa de gente atendiéndome se abrió paso una mujer que me era conocida, íntimamente conocida. Era ella.
Sentí como mi pecho me apretaba, mi garganta con un nudo que me ahogaba, lágrimas caían por mi rostro. Con un grito desgarrador dije su nombre, nombre que estuvo en mi mente todo este tiempo, desde que empezó esta pesadilla. ¡¡Claudia!!
Me abrí paso corriendo entre la gente que me miraba con ojos de sorpresa ante mi reacción. Ella me miró con ojos como platos y boquiabierta. No atinó a hacer nada. Yo la abracé con todas mis fuerzas. Como intentando meterla dentro mio, para que nunca más me separaran de ella. Luego la besé.
Estaba a salvo, ¡estaba viva! Pude verla otra vez.

Sin embargo mi alegría duró poco... Un de los soldados me separó de ella y me hizo caer de rodillas de un culatazo de su rifle en la boca de mi estómago. Caí estupefacto.







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