martes, 29 de diciembre de 2009

Día 10 - Tortuosa espera

Paula trató a Claudia. Drenó la sangre coagulada en su estómago, debido a un fuerte golpe en el camión mientras escapábamos. La hemorragia al abrir fue grande, costó mucho trabajo controlarla. Tuve que transferirle sangre para evitar su muerte. Está estable pero con riesgo vital.
No he hecho más que estar a su lado, comido poco y mucho menos dormir. Si un grupo de infectados entrara por esa puerta sería una presa fácil, pero eso no me importa mucho.
Paula ha estado intentando de subirme el animo y de que me alimente bien, distrayéndome con conversaciones.

En una de esas conversaciones le comenté lo del niño, pareció no sorprenderse demasiado y luego me contó que en la aduana, luego del desastre, los cadáveres de los muertos por balas comenzaron a levantarse solos también. No hubieron infectados de por medio. Tampoco entendía nada. Era como si el descanzo de la muerte se negara a aparecer. Miraba a Claudia y deseaba que no muriera, que no tuviera que ser una de esas cosas. Mis ojos se nublaban por las lágrimas. La enfermera me animaba, diciéndome que ella estaría bien.

Otra de las conversaciones fue la de la alimentación de la gente de la aduana, le rpegunté como podía haberse alimentado de carne humana.
Me contestó que ella no lo sabía pero si lo sospechaba. Tomó su bolso y sacó unas bolsas, tenía muchísimas, era carne de soya. Era vegetariana. De cierta manera esto me hacía confiar más en ella.

Me comentó la falta de alimento, agua y medicamentos que teníamos. Debíamos encontrar raciones. Me dijo de supermercados que fueron cerrados por los soldados con mercadería, debido a su sistema de refrigeración, era mejor que llevarselos y esperar a que se pudrieran o hecharan a perder rapidamente.
Le dije que una vez que Claudia mostrara signos de recuperarse iría. Paula me dijo que ella quería acompañarme, que no quería ser estorbo, y que, por su formación militar, podía usar el arma. Eso fue un punto a su favor, además todo este tiempo a salvo me mostraba que era capaz de cuidarse sola. Además, como siempre he pensado, es más seguro moverse en equipo, cuidarse las espaldas.
Su idea tenía mi aprobación.
El camión y la motocicleta era una herramienta útil en esta nueva misión.
Desearía tener una para poder ayudar a Claudia.

Una mano sostiene mi hombro

¡ Es la mano de Claudia!

Día 9 - De vuelta a la boca del lobo, parte II

El silencio del lugar pronto llegó a su fin, fue quebrado por los ecos de alaridos provenientes de las bocas de los infectadosque bajaban por las callejuelas de Valparaiso. Una decena de ellos corrían, bajando el cerro, pude reconocer a unos cuantos de los que me perseguían entre el grupo.

La ofensiva de los soldados fue inminente. Atacaban desesperados con sus rifles de asalto a los infectados, estos recibían las balas sin mostrar ni una mueca de dolor, sólo avanzaban, corriendo hacia la carne fresca y corazones palpitantes.
Pronto se mezclaron. De todas maneras no me quedé a ver la escena, esta oportunidad fue mi ventana para poder cruzar la avenida, saltar la reja y colarme en las instalaciones de la aduana.


Lo que alguna vez fue un refugio ahora era un caos. Muebles destrozados, pedazos de ropa, cascos de balas, sangre por doquier. Mes estaba desesperando, no quería encontrar el cadáver de la enfermera. Lo que siguió fue aun peor, gente que fue refugiada estaban ahora infectados, ancianos, mujeres, hombres y niños que habían sido rehenes ahora comían pedazos de humanos. Incluso reconocí a algunos soldados.
Probablemente al escapar, y dejar la reja abierta, dio libertad a los infectados de entrar a sus anchas. No me cabía otra explicación.

La desesperación de encontrar a la enfermera hizo que bajara la guardia, tres infectados notaron mi presencia. Gritaron y corrieron hacia mí. Atiné a sacar el arma que llevaba conmigo y empecé a disparar. Soy un pésimo tirador, gasté todo un cartucho y a lo más di tres a torsos y extremidades. Si hubiese sido gente común, los hubiera abatido, quizás. Pero eran infectados, nada los paraba. Me dediqué a lo mío, y escapé a las alturas, subiendo a una grua. Un par subió y los otros saltaban y gritaban desde abajo.
Uno me alcanzó a tomar el tobillo y tiraba de mi pierna, alcancé mi machete y le atiné al brazo. Después de varios golpes le arranqué la mano.
Seguí subiendo y salté a unos containers cercanos. Huí al otro extremo de la aduana.
Desde lo alto pude tener una visión general del lugar. Era un caos, todos infectados, ninguna seña de sobrevivientes. Un nudo comenzó a formarse en mi garganta, todo se estaba yendo al carajo.

Recorrí por encima de containers hasta que algo golpeó mi espalda, caí de bruces pero me reincorporé al instante, tomé mi machete y atiné a golpear. Pero un grito de quien me golpeó hizo que me detuviera.
¡Espera! una voz femenina ¡era la enfermera!
Su cara no pudo ser más de sorpresa ya que mi reacción fue reir y abrazarla como a una amiga de toda la vida.
Me dijo que se encontraba con un niño de unos trece años, refugiados en un container.
Le conté de la situación de mi novia, de la gravedad del asunto, y que teniamos que huir del lugar. Donde estábamos era un lugar seguro, y a cambio de su ayuda podía tener un buen refugio.
Aceptó, pero debíamos tener un plan de escape.
Recorrí el lugar y di con uno de los camiones. Bajé y me cercioré de que estuviera abierto y con la llave. Era pedir demasiado. Estaba cerrado, por lo que rompí la ventana a codazos. Las llaves no estaban, por lo que abrí el cableado para hacer contacto, luego de varios intentos lo conseguí.
Lo siguiente fue acercar el camión al container dodne se encontraba Oath y el niño.
Con miedo saltaron al camión, los infectados no tardaron en notar nuestra presencia y corrían en nuestra dirección.
Hice que la enfermera y el niño entraran a la cabina, justo a tiempo para que los mosntruos se avalanzaran sobre el camión. Pisé el acelerador a fondo y salimos del lugar.
Tuvimos que sortear obstáculos con el camión, postes en el suelo, cadáveres, autos volcados, pero el peor fue el grupo de soldados infectados que se lanzaba contra el camión haciendo que se me dificultara mantener el control del manubrio. Le siguieron disparos desde no se donde, uno de ellos dio en el pecho del niño en forma certera. Trás el grito de la enfermera y mi desesperación por sacar a esa mujer con vida del lugar, me metí de lleno entre los cerros de Valparaiso, escapando de las balas que nos seguían detrás.

Mientras escapábamos la enfermera trataba de detener el sangrado del niño, pero sus ojos abiertos y su palidez delataron su estado, había muerto.

Una vez que llegamos a La Sebastiana, llevé rápidamente a la enfermera donde Claudia. Estaba pálida, casi no respiraba. Oath tomó su bolso con el que contaba para asistir a los heridos, y me pidió que la dejara sola con ella.
Mientras tanto, metí el camión al recinto, recuperé la motocicleta, y saqué el cuerpo ensangrentado del niño.
Le daría una sepultura en el jardín, que más podía hacer.
Tomé una pala y comencé a cavar con una sola cosa en la cabeza: la vida de Claudia. Mientras cavaba, un ruido me sacó de mis pensamientos. Unos quejidos y algo arrastrándose, me di vuelta con rapidez y lo que vi fue increible.
El niño, el cadaver del niño, se arrastraba hacia mí, cabeza abajo ¡¿Estaba vivo?! Su mirada y su gesto me respondió. Los ojos blancos, su rostro pálido y lleno de venosidades negras, gruñendo. El niño se había infectado ¡pero como! no tenía heridas ni estuvo en contacto con infectados en el escape, si hubiese sido mordido instantaneamente se hubiese convertido en uno de ellos. Lo que le mató fue una bala certera en su pecho.
No entendía nada, estuve unos dos minutos eternos alejándome de él, mientras se arrastraba hacia mí. Lo miraba, buscando una explicación. Como era posible que un muerto reviviera en una de esas cosas, sin estar en contacto con otros infectados... no pude pensar una respuesta. Inmutable, tomé mi machete y di fin a la maldición del muchacho. Seguido, lo enterré para que descanzara.
Caminé hacia la casa, esperando que Claudia no muriera ¿y si muere y se convertía en una de esas cosas? No tendría el valor de acabar con su vida, ni el valor para vivir viéndola en ese estado.

Camino a la habitación se me vino a la mente una frase de una película de zombies. "Cuando no haya más espacio en el infierno, los muertos caminarán entre nosotros".

jueves, 3 de diciembre de 2009

Día 9 - De vuelta a la boca del lobo, parte I

En un mundo en ruinas, donde lo que conocías por civilización se ha extinguido. En que, de ser la cúspide de la pirámide evolutiva, pasamos a ser alimento de seres que alguna vez fueron humanos, no se puede pedir un día de tranquilidad. No se vive, se sobrevive.
Claudia amaneció muy pálida, tosiendo algo de sangre. Me preocupé en sobremanera, era lógico que alguna secuela haya quedado del accidente en el camión. La revisé buscando señales de heridas o traumatismos, llegué a su vientre y estaba durísimo, con un gran hematoma. Mi sospecha indicaba que quizás pudiera tener una hemorragia interna.
¡Mierda! No podía ser todo tan perfecto. Tendría que haber sabido que el recuperar a Claudia iba a traer alguna nueva sorpresa en este infierno.
Necesitaba un médico, no podía dejarla morir, no ahora. Este infierno no me la quitaría nuevamente, no sin que haga algo al respecto.

Pensamientos fatalistas pasaron por mi mente, la idea de perderla es demasiado dolorosa, el pensar en volver a vivir sin ella era insoportable, las ideas corrían a gran velocidad en mi mente, mareándome. No me dejaban pensar con claridad.
Ella postrada frente a mi, pálida, casi tanto como uno de esos engéndros, tosiendo sangre, con una mueca de dolor en su rostro, en un estado febril, inconsciente.
¡No! no podía terminar así, debía hacer algo pronto.
De pronto la imagen de otra mujer llegó de golpe a mi mente, luego un nombre, Paula Oath. La enfermera de la RCV.
Sabía que podría estar muerta, alcanzada por un balazo, atacada por la muchedumbre o algo peor. Pero la falta de otro medio para ayudar a Claudia me hizo arreglar mi mochila, armarme con mi machete, besar la frente de Claudia y salir de La Sebastiana. No dejaría que este refugio se convirtiera en el lecho de muerte de la mujer que amo.


La salida por la reja principal se convertiría en el primer obstáculo. El ruido de la motocicleta al llegar alertó a un buen número de infectados, que se encontraban agolpados en la entrada. Iba a ser imposible salir por ahí en motocicleta, iba a tener que salir a pie, como buen traceur.
Salí de la Sebastiana llegando hasta los patios inferiores del recinto, saltando al patio de otra casa más abajo. Salté de casa en casa, hasta que llegué a la calle, frente a la Plaza Mena.
La calle estaba desierta, podía ver a los infectados en montones cuadras más arriba, furiosos, golpeando las rejas, gruñendo, gritando.
Me moví rápidamente en dirección a los callejones. Ir por calles abiertas me dejaba en desventaja si infectados frescos me atacaban.
Los "frescos" tienen sus capacidades físicas normales. Me imagino que por efecto del virus, excretan una mayor cantidad de adrenalina, que hace que el instinto rabioso se manifieste de manera exhacerbada.
Un ser humano con alta dosis de adrenalina recorriendo su cuerpo puede hacer cosas impresionantes. Imaginar a un ser humano infectado, con el solo objetivo de devorarte vivo es horroroso.
Por eso prefiero lugares estrechos, con muros que poder saltar.
Lugares estrechos me ponen en situaciones de mejor defensa, ya que menos infectados pueden avalanzarse. Por otro lado, aunque el efecto del virus los vuelve violentos y corren a su máxima capacidad y golpean y muerden como si les fuera la vida en eso, no adquieren habilidades espontáneamente. Eso me da otra ventaja, la técnica del escape del Parkour, que me ha mantenido con vida todo este tiempo.

Corrí entremedio de la plaza a toda velocidad, tan rápido que no me percaté de un cable del tendido telefónico tirado en la calle. Tropecé, botando un basurero causando un gran alboroto.
Gran error, siempre ve donde pisas. El ruido llamó la atención de los infectados que estaban más arriba.
Mientras me sacaba la basura de encima y trataba de incorporarme, escuché una estampida de infectados corriendo y gritando en mi dirección.
Sudor frío corrió por mi frente y el escalofrío fue tan fuerte en mi espalda que me hizo ponerme de pie instantáneamente.
Corrí escaleras abajo sin mirar atrás. Sentía los gritos y los pasos rebotando en las murallas, El eco en las paredes de Valparaiso hacían que pareciera que me persiguieran cientos de esos monstruos. No quería saber cuantos eran, ni cuan cerca estaban, miré al frente, con mi mejor rostro de terror, y corrí lo más rápido que pude.

Al llegar a un callejón al lado de unos departamentos, me encontré acorralado por otro grupo de infectados. Llegué a pensar en la diea de que se pusieran de acuerdo para cazar. Pero no quize darle vueltas a ese pensamiento. Me lancé a mi derecha subiendo un muro de unos dos metros, decidido a saltar al otro lado. Sin embargo al otro lado había un vacío de unos 7 metros hacia un patio lleno de escombros, el techo de la casa estaba a unos 3 metros de distancia desde donde yo me encontraba. Miré atrás. Una docena de infectados a media cuadra, por un lado y otro, rompiéndo el silencio sepulcral de Valparaiso con sus alaridos. No lo pensé mucho más, salté.

Nunca había saltado a esta altura al vacío, menos por mi vida. La caida fue eterna, malísima. Aterricé en el techo, estrellándome mejor dicho, cayendo de costado. Rompí parte del techo quedando enterrado entre los latones que lo cubrían, el golpe fue tal que no podía respirar. Me puse de espalda, intentando recuperar el aliento. Sobre el muro algunos infectados, trepándose. Dos de ellos cayeron al vacío empujados por otros. Dos golpes secos contra concreto y escombros. El resto gritaba detrás de esa muralla.
Me incorporé con cuidado, intentándo no caer por el techo. Fue en vano, el techo se rompió cayéndo nuevamente a piso, sobre una mesa de comedor. Quedé tirado un buen rato, me quité los restos de latones y madera de encima, me di vuelta y di con un cuerpo. Un nuevo escalofrío en la espalda, los odio y se hacen cada vez más comunes.
No se movía, me alejé, lo inspeccioné. Era un cadáver, bien muerto, con un balazo en la cabeza, la nuca estaba destrozada.
Lo bueno era el arma que sostenía en su mano, una Glock 17, cargada. El tipo se había suicidado.
La tomé y me puse a revisar la casa, estaba solo. Revisé los armarios, gavetas, hasta que di con dos cargadores más para la pistola. Este hombre me había hecho un gran favor y nunca lo sabría. Tomé una sábana, cubrí el cuerpo y salí de la casa. La calle desierta, volví a la carrera.
El resto del camino de bajada fue menos traumático. Encontrones con infectados, pero logré pasar desapercibido, pasando por detrás de automóviles, por encima de muros.

Logré llegar al plan de Valparaiso. Avancé con desición a través de sus calles, la imagen de Claudia agonizando me hizo olvidarme del peligro de los infectados. No me topé con muchos. El verdadero peligro lo encontraría al acercarme al camión estrellado que manejaba Jimenez. Una gran cantidad de Soldados de la resistencia lo vigilaban, buscando, quizás a mi, quizás a Jimenez, o algo más. Los lideraba Menéndez.
Esto significaba que la resistencia aún existía. Al menos los soldados armados. Esto significaba que quizás la enfermera seguía con vida.

El desafío sería entrar a la aduana nuevamente, buscarla y convencerla de que se vaya conmigo, por las buenas, o por las malas.