martes, 29 de diciembre de 2009

Día 9 - De vuelta a la boca del lobo, parte II

El silencio del lugar pronto llegó a su fin, fue quebrado por los ecos de alaridos provenientes de las bocas de los infectadosque bajaban por las callejuelas de Valparaiso. Una decena de ellos corrían, bajando el cerro, pude reconocer a unos cuantos de los que me perseguían entre el grupo.

La ofensiva de los soldados fue inminente. Atacaban desesperados con sus rifles de asalto a los infectados, estos recibían las balas sin mostrar ni una mueca de dolor, sólo avanzaban, corriendo hacia la carne fresca y corazones palpitantes.
Pronto se mezclaron. De todas maneras no me quedé a ver la escena, esta oportunidad fue mi ventana para poder cruzar la avenida, saltar la reja y colarme en las instalaciones de la aduana.


Lo que alguna vez fue un refugio ahora era un caos. Muebles destrozados, pedazos de ropa, cascos de balas, sangre por doquier. Mes estaba desesperando, no quería encontrar el cadáver de la enfermera. Lo que siguió fue aun peor, gente que fue refugiada estaban ahora infectados, ancianos, mujeres, hombres y niños que habían sido rehenes ahora comían pedazos de humanos. Incluso reconocí a algunos soldados.
Probablemente al escapar, y dejar la reja abierta, dio libertad a los infectados de entrar a sus anchas. No me cabía otra explicación.

La desesperación de encontrar a la enfermera hizo que bajara la guardia, tres infectados notaron mi presencia. Gritaron y corrieron hacia mí. Atiné a sacar el arma que llevaba conmigo y empecé a disparar. Soy un pésimo tirador, gasté todo un cartucho y a lo más di tres a torsos y extremidades. Si hubiese sido gente común, los hubiera abatido, quizás. Pero eran infectados, nada los paraba. Me dediqué a lo mío, y escapé a las alturas, subiendo a una grua. Un par subió y los otros saltaban y gritaban desde abajo.
Uno me alcanzó a tomar el tobillo y tiraba de mi pierna, alcancé mi machete y le atiné al brazo. Después de varios golpes le arranqué la mano.
Seguí subiendo y salté a unos containers cercanos. Huí al otro extremo de la aduana.
Desde lo alto pude tener una visión general del lugar. Era un caos, todos infectados, ninguna seña de sobrevivientes. Un nudo comenzó a formarse en mi garganta, todo se estaba yendo al carajo.

Recorrí por encima de containers hasta que algo golpeó mi espalda, caí de bruces pero me reincorporé al instante, tomé mi machete y atiné a golpear. Pero un grito de quien me golpeó hizo que me detuviera.
¡Espera! una voz femenina ¡era la enfermera!
Su cara no pudo ser más de sorpresa ya que mi reacción fue reir y abrazarla como a una amiga de toda la vida.
Me dijo que se encontraba con un niño de unos trece años, refugiados en un container.
Le conté de la situación de mi novia, de la gravedad del asunto, y que teniamos que huir del lugar. Donde estábamos era un lugar seguro, y a cambio de su ayuda podía tener un buen refugio.
Aceptó, pero debíamos tener un plan de escape.
Recorrí el lugar y di con uno de los camiones. Bajé y me cercioré de que estuviera abierto y con la llave. Era pedir demasiado. Estaba cerrado, por lo que rompí la ventana a codazos. Las llaves no estaban, por lo que abrí el cableado para hacer contacto, luego de varios intentos lo conseguí.
Lo siguiente fue acercar el camión al container dodne se encontraba Oath y el niño.
Con miedo saltaron al camión, los infectados no tardaron en notar nuestra presencia y corrían en nuestra dirección.
Hice que la enfermera y el niño entraran a la cabina, justo a tiempo para que los mosntruos se avalanzaran sobre el camión. Pisé el acelerador a fondo y salimos del lugar.
Tuvimos que sortear obstáculos con el camión, postes en el suelo, cadáveres, autos volcados, pero el peor fue el grupo de soldados infectados que se lanzaba contra el camión haciendo que se me dificultara mantener el control del manubrio. Le siguieron disparos desde no se donde, uno de ellos dio en el pecho del niño en forma certera. Trás el grito de la enfermera y mi desesperación por sacar a esa mujer con vida del lugar, me metí de lleno entre los cerros de Valparaiso, escapando de las balas que nos seguían detrás.

Mientras escapábamos la enfermera trataba de detener el sangrado del niño, pero sus ojos abiertos y su palidez delataron su estado, había muerto.

Una vez que llegamos a La Sebastiana, llevé rápidamente a la enfermera donde Claudia. Estaba pálida, casi no respiraba. Oath tomó su bolso con el que contaba para asistir a los heridos, y me pidió que la dejara sola con ella.
Mientras tanto, metí el camión al recinto, recuperé la motocicleta, y saqué el cuerpo ensangrentado del niño.
Le daría una sepultura en el jardín, que más podía hacer.
Tomé una pala y comencé a cavar con una sola cosa en la cabeza: la vida de Claudia. Mientras cavaba, un ruido me sacó de mis pensamientos. Unos quejidos y algo arrastrándose, me di vuelta con rapidez y lo que vi fue increible.
El niño, el cadaver del niño, se arrastraba hacia mí, cabeza abajo ¡¿Estaba vivo?! Su mirada y su gesto me respondió. Los ojos blancos, su rostro pálido y lleno de venosidades negras, gruñendo. El niño se había infectado ¡pero como! no tenía heridas ni estuvo en contacto con infectados en el escape, si hubiese sido mordido instantaneamente se hubiese convertido en uno de ellos. Lo que le mató fue una bala certera en su pecho.
No entendía nada, estuve unos dos minutos eternos alejándome de él, mientras se arrastraba hacia mí. Lo miraba, buscando una explicación. Como era posible que un muerto reviviera en una de esas cosas, sin estar en contacto con otros infectados... no pude pensar una respuesta. Inmutable, tomé mi machete y di fin a la maldición del muchacho. Seguido, lo enterré para que descanzara.
Caminé hacia la casa, esperando que Claudia no muriera ¿y si muere y se convertía en una de esas cosas? No tendría el valor de acabar con su vida, ni el valor para vivir viéndola en ese estado.

Camino a la habitación se me vino a la mente una frase de una película de zombies. "Cuando no haya más espacio en el infierno, los muertos caminarán entre nosotros".

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