jueves, 3 de diciembre de 2009

Día 9 - De vuelta a la boca del lobo, parte I

En un mundo en ruinas, donde lo que conocías por civilización se ha extinguido. En que, de ser la cúspide de la pirámide evolutiva, pasamos a ser alimento de seres que alguna vez fueron humanos, no se puede pedir un día de tranquilidad. No se vive, se sobrevive.
Claudia amaneció muy pálida, tosiendo algo de sangre. Me preocupé en sobremanera, era lógico que alguna secuela haya quedado del accidente en el camión. La revisé buscando señales de heridas o traumatismos, llegué a su vientre y estaba durísimo, con un gran hematoma. Mi sospecha indicaba que quizás pudiera tener una hemorragia interna.
¡Mierda! No podía ser todo tan perfecto. Tendría que haber sabido que el recuperar a Claudia iba a traer alguna nueva sorpresa en este infierno.
Necesitaba un médico, no podía dejarla morir, no ahora. Este infierno no me la quitaría nuevamente, no sin que haga algo al respecto.

Pensamientos fatalistas pasaron por mi mente, la idea de perderla es demasiado dolorosa, el pensar en volver a vivir sin ella era insoportable, las ideas corrían a gran velocidad en mi mente, mareándome. No me dejaban pensar con claridad.
Ella postrada frente a mi, pálida, casi tanto como uno de esos engéndros, tosiendo sangre, con una mueca de dolor en su rostro, en un estado febril, inconsciente.
¡No! no podía terminar así, debía hacer algo pronto.
De pronto la imagen de otra mujer llegó de golpe a mi mente, luego un nombre, Paula Oath. La enfermera de la RCV.
Sabía que podría estar muerta, alcanzada por un balazo, atacada por la muchedumbre o algo peor. Pero la falta de otro medio para ayudar a Claudia me hizo arreglar mi mochila, armarme con mi machete, besar la frente de Claudia y salir de La Sebastiana. No dejaría que este refugio se convirtiera en el lecho de muerte de la mujer que amo.


La salida por la reja principal se convertiría en el primer obstáculo. El ruido de la motocicleta al llegar alertó a un buen número de infectados, que se encontraban agolpados en la entrada. Iba a ser imposible salir por ahí en motocicleta, iba a tener que salir a pie, como buen traceur.
Salí de la Sebastiana llegando hasta los patios inferiores del recinto, saltando al patio de otra casa más abajo. Salté de casa en casa, hasta que llegué a la calle, frente a la Plaza Mena.
La calle estaba desierta, podía ver a los infectados en montones cuadras más arriba, furiosos, golpeando las rejas, gruñendo, gritando.
Me moví rápidamente en dirección a los callejones. Ir por calles abiertas me dejaba en desventaja si infectados frescos me atacaban.
Los "frescos" tienen sus capacidades físicas normales. Me imagino que por efecto del virus, excretan una mayor cantidad de adrenalina, que hace que el instinto rabioso se manifieste de manera exhacerbada.
Un ser humano con alta dosis de adrenalina recorriendo su cuerpo puede hacer cosas impresionantes. Imaginar a un ser humano infectado, con el solo objetivo de devorarte vivo es horroroso.
Por eso prefiero lugares estrechos, con muros que poder saltar.
Lugares estrechos me ponen en situaciones de mejor defensa, ya que menos infectados pueden avalanzarse. Por otro lado, aunque el efecto del virus los vuelve violentos y corren a su máxima capacidad y golpean y muerden como si les fuera la vida en eso, no adquieren habilidades espontáneamente. Eso me da otra ventaja, la técnica del escape del Parkour, que me ha mantenido con vida todo este tiempo.

Corrí entremedio de la plaza a toda velocidad, tan rápido que no me percaté de un cable del tendido telefónico tirado en la calle. Tropecé, botando un basurero causando un gran alboroto.
Gran error, siempre ve donde pisas. El ruido llamó la atención de los infectados que estaban más arriba.
Mientras me sacaba la basura de encima y trataba de incorporarme, escuché una estampida de infectados corriendo y gritando en mi dirección.
Sudor frío corrió por mi frente y el escalofrío fue tan fuerte en mi espalda que me hizo ponerme de pie instantáneamente.
Corrí escaleras abajo sin mirar atrás. Sentía los gritos y los pasos rebotando en las murallas, El eco en las paredes de Valparaiso hacían que pareciera que me persiguieran cientos de esos monstruos. No quería saber cuantos eran, ni cuan cerca estaban, miré al frente, con mi mejor rostro de terror, y corrí lo más rápido que pude.

Al llegar a un callejón al lado de unos departamentos, me encontré acorralado por otro grupo de infectados. Llegué a pensar en la diea de que se pusieran de acuerdo para cazar. Pero no quize darle vueltas a ese pensamiento. Me lancé a mi derecha subiendo un muro de unos dos metros, decidido a saltar al otro lado. Sin embargo al otro lado había un vacío de unos 7 metros hacia un patio lleno de escombros, el techo de la casa estaba a unos 3 metros de distancia desde donde yo me encontraba. Miré atrás. Una docena de infectados a media cuadra, por un lado y otro, rompiéndo el silencio sepulcral de Valparaiso con sus alaridos. No lo pensé mucho más, salté.

Nunca había saltado a esta altura al vacío, menos por mi vida. La caida fue eterna, malísima. Aterricé en el techo, estrellándome mejor dicho, cayendo de costado. Rompí parte del techo quedando enterrado entre los latones que lo cubrían, el golpe fue tal que no podía respirar. Me puse de espalda, intentando recuperar el aliento. Sobre el muro algunos infectados, trepándose. Dos de ellos cayeron al vacío empujados por otros. Dos golpes secos contra concreto y escombros. El resto gritaba detrás de esa muralla.
Me incorporé con cuidado, intentándo no caer por el techo. Fue en vano, el techo se rompió cayéndo nuevamente a piso, sobre una mesa de comedor. Quedé tirado un buen rato, me quité los restos de latones y madera de encima, me di vuelta y di con un cuerpo. Un nuevo escalofrío en la espalda, los odio y se hacen cada vez más comunes.
No se movía, me alejé, lo inspeccioné. Era un cadáver, bien muerto, con un balazo en la cabeza, la nuca estaba destrozada.
Lo bueno era el arma que sostenía en su mano, una Glock 17, cargada. El tipo se había suicidado.
La tomé y me puse a revisar la casa, estaba solo. Revisé los armarios, gavetas, hasta que di con dos cargadores más para la pistola. Este hombre me había hecho un gran favor y nunca lo sabría. Tomé una sábana, cubrí el cuerpo y salí de la casa. La calle desierta, volví a la carrera.
El resto del camino de bajada fue menos traumático. Encontrones con infectados, pero logré pasar desapercibido, pasando por detrás de automóviles, por encima de muros.

Logré llegar al plan de Valparaiso. Avancé con desición a través de sus calles, la imagen de Claudia agonizando me hizo olvidarme del peligro de los infectados. No me topé con muchos. El verdadero peligro lo encontraría al acercarme al camión estrellado que manejaba Jimenez. Una gran cantidad de Soldados de la resistencia lo vigilaban, buscando, quizás a mi, quizás a Jimenez, o algo más. Los lideraba Menéndez.
Esto significaba que la resistencia aún existía. Al menos los soldados armados. Esto significaba que quizás la enfermera seguía con vida.

El desafío sería entrar a la aduana nuevamente, buscarla y convencerla de que se vaya conmigo, por las buenas, o por las malas.




2 comentarios:

  1. esta buenisimo, nice pres en vacio!
    ajaja una cosa que me dio risa fue cuando tropesaste con el basurero y escribiste que te saacabas la basura, hueon si corrieran tras de mi esos zombies no me importaria la basura jajaja

    saludos bro!

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