miércoles, 31 de marzo de 2010

En busca de provisiones

Un hecho inesperado hizo que nuestros planes tuvieran que sufrir algunos cambios.
Claudia tuvo una recaida, debido a las heridas de la intervención, por lo que Paula debió quedarse con ella. Me ofreció posponer la misión, pero sin provisiones no podríamos durar mucho más, y no sabía cuanto tiempo iba a estar convaleciente, Claudia. Por lo que decidí ir por mi cuenta.
Tomé el camión y me dirigí en dirección al supermercado por la avenida Alemana, por arriba del cerro. No podía arriesgarme a toparme con los soldados, si iba por el plan.
Crucé todos los cerros hasta llegar al otro extremo del plan. Dejé el camión estacionado a unas diez cuadras de mi objetivo, y tomé sólo lo necesario: la pistola, un cartucho, mi machete, una botella con agua y una pequeña linterna que se encontraba en el vehículo. Guardé todo en una mochila de campaña, que me serviría para guardar provisiones y me dirigí rápido, pero con cautela hacia los estacionamientos del local.

El lugar estaba custodiado por, al menos una docena de guardias armados. Algunos eran soldados, pero a los otros no los reconocía. Se distinguían por un pañuelo rojo en sus brazos derechos. Todos estaban armados.
Las entradas al estacionamiento estaban cercadas y tapadas con camiones y alambres de púa. Sin embargo logré encontrar una forma de penetrar en el recinto.
Me acerqué con sigilo a un punto ciego de estacionamiento, sólo accesible por alguien con habilidades para trepar como las mías. Desde ahí me acerqué a un muro y pude alcanzar una escalera de incendios que daba por el lado exterior del supermercado, donde los vigilantes no podían verme.
No habían ventanas por donde acceder así que tuve que subir hasta la azotea. Al llegar ahí, vi a un vigía en la esquina del edificio, dándome la espalda. Este se encontraba mirando por unos binoculares en dirección a la costa.
Me acerqué en silencio hasta llegar a su espalda. Apliqué una llave a su cuello con ambos brazos lo más fuerte que pude. El tipo forcejeó y trataba de sacarme de encima suyo. A pesar de su esfuerzo, el bloquear el acceso de sangre al cerebro por su aorta hizo que se desmayara. Seguí apretando hasta que sentí un crujido en sus vertebras, lo había acabado. Si despertaba del desmayo podía convertirse en peligro si alertaba al resto. Tomé su binocular, un cuchillo de caza que portaba y me introduje al recinto.

El edificio contaba con seis pisos, incluyendo dos estacionamientos subterraneos.
El último piso estaba lleno de oficinas administrativas, y servía como alojamiento a los soldados y a los otros tipos.
Vi a algunos tipos durmiendo, otros beiendo y comiendo, follando, entreteniéndose con juegos de videos y otras distracciones. Habían convertido ese supermercado en un centro de veraneo post-apocalíptico. Y eso me hizo fácil escabullirme al piso de abajo.
En este piso hubo alguna vez un patio de comidas, ahora era un desastre. Sin mucha iluminación, basura, mesas y sillas volteadas y señales que mostraban que aquí había ocurrido una batalla. Detrás de una mesa había un guardia, durmiendo en una silla, avancé tratando de mantener silencio, poniendo cuidado en donde pisaba. Una vez detrás de él, desenvainé el cuchillo de caza, con la otra mano le tapé la boca con fuerza, tirando su cabeza hacia atrás, y clavé el cuchillo a la altura de la yugular y abrí hasta el otro extremo, con rapidez. El tipo sólo alcanzó a hacer un sonido ahogado como gárgaras, cayó de la silla y se desangró rápidamente, convulsionándose. Limpié el cuchillo cuando me percaté que otro sujeto estaba unos 60 metros más allá vigilando hacia los pisos inferiores, firme y con una kalashnikov en sus manos.
En el mismo espíritu de sigilo me acerqué a él, quería sorprenderlo por la espalda, sin que me notara. A unos 5 metros giró su rostro bruscamente y me vio. Empezó a levantar el arma para apuntarme con ella, mientras yo, casi instintivamente y en menos de un segundo, corrí y me barrí por el suelo pasando a su lado y a su espalda, cuchillo en mano. Al mismo tiempo que el tipo se daba la vuelta y comenzaba a hacer un amago de golpearme con el rifle, salté tomando un hombro con una mano y enterrando el cuchillo con potencia en su espalda, a la altura de uno de sus pulmones. El tipo gritó aún girando, haciendo que soltara el cuchillo de mi mano, intentó dispararme pero logré patear su estómago, haciendo que cayera. Una vez tumbado, terminé el trabajo. Cuando pensé que había logrado pasar inadvertido, escuché por su radio a otro guardia preguntando por el grito. Ante la falta de respuesta, se dio alarma y escuché a tipos subiendo a gran velocidad.
Debía escabullirme, por lo que corrí en sentido a los pasillos internos del edificio, usado por los empleados. Busqué una salida de emergencia y decidí seguir bajando por la escalera de incendios. Terminé en el primer piso, aquí estaba lo que buscaba, una farmacia y los pasillos con provisiones.
La farmacia estaba fuertemente custodiada y sólo tenía una entrada y estaba entera hecha de ventanales, por lo que pasar inadvertido iba a ser difícil. Opté por infiltrarme por el cielo falso, con mucho cuidado para que no colapsara y cayera en medio del salón.
Al estar a la altura de el mesón de atención, bajé. Saqué antibióticos, vendas y otras cosas y volví a subir por encima del mesón. Pasé inadvertido.
Saliendo a los pasillos pude notar que cada uno estaba custodiado por dos guardias, uno a cada extremo. Debía crear una distracción. Decidí atacar al más cercano a la puerta de emergencia. Podía escuchar en su radio dando alerta por un intruso por la baja de dos de los guardias en el piso superior. Se notaba con mucha ansiedad listo para disparar a cualquier amenaza. Me tomó un tiempo deducir como eliminarlo y crear una distracción.
Tomé una lata de bebida que estaba en el suelo, y la lancé contra el centro del pasillo, haciendo que la mercadería cayera. Ambos guardias se dirigieron al ruido apuntando con sus armas. Mientras veían el desastre me avalancé contra uno de ellos haciendo que empujara al otro contra el suelo. Mientras trataban de incorporarse, di un machetazo la cabeza del tipo que estaba boca arriba, el otro tipo gritaba pidiendo ayuda mientras me encontraba en su espalda, un machetazo en la aprte de atrás de su cuello lo calló. Saqué de su cinturón unas granadas, siendo una de ellas una granada de luz. La arrojé en sentido a los pasos de los guardias que venían a ayudar a su compañero, yo corrí en sentido contrario, sintiendo la explosión y el flashazo detrás mio. Los tipos gritaban y disparaban en todas direcciones.
Aproveché la confusión para tomar lo que necesitaba y huí rápidamente. Para mi mala fortuna la salida que tomé me llevó directamente al estacionamiento, me vi rodeado de guardias armados y no tuve más opción que correr hacia la salida más próxima. Corrí sin mirar atrás entremedio de autos sintiendo a los tipos coriendo detrás mío disparando, y las balas silbando o golpeando a los autos cerca mío. Corrí saltando automóviles hasta llegar a un extremo del estacionamiento abierto, protegido con una valla a la altura del pecho, sin parar y sin pensarlo dos veces me sortié este obstáculo con un "gato", al otro lado me esperaba una caida de cinco metros hacia la calle, caí, rolé, me incorporé algo adolorido, miré hacia atrás y sonreí por haber escapado, aún sintiendo los disparos, pero sabiendo que nadie iba a realizar un sato así sólo para darme alcance.
Lo siguiente no lo esperaba. Cuatro tipos con los pañuelos rojos realizaron el mismo salto que yo cayendo incluso más lejos y más limpio. Se incorporaron al instante y siguieron en mi captura.
Me metí por callejones, salté murallas, tratando de fluir y tomar ventaja de mis persecutores, pero aún los tenía a la cola, haciendo pasavallas, sin grandes muestras de cansancio. Definitivamente estos tipos eran traceurs, conocían el arte del desplazamiento, al igual que yo, pero querían atraparme. No era bueno.
Logré llegar al camión, meterme dentro y encenderlo. Al apretar el acelerador uno de los tipos se colgó de la puerta izquierda, me miró sonrió, y me dijo "iremos por tí, hermano traceur", y se arrojó mientras yo aceleraba con cara de espanto en mi rostro.
Escapé por un pelo. La imagen de uno de los tipos por el retrovisor apuntándome con su dedo, como diciendo "vamos por tí" es lo último que vi.
A pesar de mi victoria en la misión, algo me da mala espina. Creo que, de verdad, no será la última vez que veré a estos tipos.

sábado, 23 de enero de 2010

Memorias de un Trazador

Mi hogar solía estar en Villa Alemana, era el epicentro del Arte del Desplazamiento en la V región. Mi vida giraba practicamente en torno a esta disciplina. Hacía un año o dos que decidí dedicarme a este arte que tanto amaba.
Mis padres no estaban muy conformes con esta decisión. Como cualquier padre esperaban que me convirtiera en un profesional salido de una universidad, sin embargo lo respetaban.
Ellos y mi novia eran un soporte en mi vida, los amaba.

Tenía un buen grupo de amigos, todos Traceurs. Hombres y mujeres fuertes. No se que habrá sido de ellos. Espero que hayan sobrevivido gracias a lo que el Parkour les enseñó.

El día de la tragedia nos encontrábamos con mis padres en Valparaiso. Para salir de la rutina familiar quisimos ir a comer al puerto. Era verano, la ciudad estaba llena de vida, con su bohemia, su gente característica, sus turistas, sus calles añejas pero mágicas hacían de este lugar uno como ningún otro.
Estábamos disfrutando de un mariscal cuando empezó el caos.
Lo primero que escuchamos fueron gritos de varias personas a lo lejos. Llamó nuestra atención pero no mucha, debido a que los robos a turistas en estas fechas eran comunes. Había mucha pobreza y delincuencia en Valparaiso.
Sin embargo los gritos no terminaban, más gente se sumaba al coro de gritos. Derepente una turba de gente corría en todas direcciones, como loca, aterrorizada por algo.
Mi padre tomó a mi madre del brazo y se la llevó dentro de un local apartado, dentro del mercado, donde comíamos. Mi curiosidad me llevó a trepar por una viga para ver que es lo que estaba pasando.
El mercado estaba lleno de gente, todas corriendo sin saber de que, se empujaban, los que caían al suelo eran aplastados por el resto de la gente. Veía a mucha gente ensangrentada. Las mesas tumbadas, locales saqueados, vidrios rotos, gritos, llantos. Derepente la imagen de un hombre mayor, algo gordo, completamente cubierto de sangre estaba sobre una mujer, que gritaba desesperada. El hombre la golpeaba y daba mordiscos en su cuello. Algunas personas intentaban ayudarla. Luego la imagen se volvió confusa, aquellos que intentaban atacar al tipo comenzaron a avalanzarse contra más gente. En unos 10 minutos era una carnicería, la gente no podía defenderse, los gritos de miedo y los llantos se iban convirtiendo en alaridos de rabia, al igual que los rostros de las personas.

Me llevó un tiempo salir del estado de shock y recordar a mis padres. Trepando llegué hasta donde se supone que debían estar. Llegué al local, que contaba con un techo abierto, los vi a los dos arrodillados de espaldas, deben estar orando (pensé), ambos tenían mucha fe. Los llamé a gritos, ambos se voltearon.
Estaban bañados en sangre. Al principio pensé que los habían lastimado, comencé a bajar. Cuando estuve más cerca, vi pedazos de algo viscoso entre sus manos. A sus pies, una niña pequeña, destripada. Sus ojos en tinta, rojos, sus rostros me miraban fijo, con ira. Nunca vi a mis padres mirarme de tal manera, con tanto odio.
Mi padre se levantó hacia mi gritándome, comenzó a correr hacia mi, detrás de él otras personas en el mismo estado. Atiné a correr.
Nunca en mi vida había sentido tanto miedo. Corrí sin parar, llorando, sintiendo tras mío a una turba de gente gritando y gruñendo con rabia, con odio, como bestias. Cada vez sentía más y más gente corriendo detrás mio.
En la calle, la gente estaba vuelta loca, atacándose a mordiscos, a golpes, los policías atacando a gente sin distinción, los militares atacándose entre sí. Automóviles y autobuses volcados, edificios en llamas. Era un caos, todo estaba fuera de control. Corrí hacia un edificio abandonado en la calle Errazuriz. Por su estado, era imposible entrar en él si no eras un hábil escalador, eso me salvó.
Estuve dos días congelado, sin poder moverme del miedo, llorando desconsolado, como un niño asustado. Los gritos no cesaban. La sirena de emergencia, los gritos y alaridos, las explosiones, los balazos, era la sinfonía del fin de los tiempos. Fueron dos dias eternos, sin dormir, sin comer ni beber, catatónico. Esperando que en cualquier minuto alguien acabara conmigo.
Finalmente me desmayé de un colapso nervioso.

Cuando desperté me encontraba tendido en un colchón, en una casa abandonada de madera. No era el edificio donde me había escondido. Me levanté de un salto, alrededor mío habían unas cinco personas, comiendo. Me miraron, y una se acercó con comida, luego de comer, volví a dormir.

Los siguientes días despertaba sólo para comer, no hablaba con nadie. Los que me rescataron pensaron que me había vuelto loco.
Un día llegó un grupo nuevo de supervivientes. Eran algunos de mis hermanos, quienes entrenaban conmigo. Uno, Nicolás, se acercó a mi y me abrazó. Rompí en llanto. Luego volví en mí.
Quienes me rescataron eran Okupas, la casona en que nos encontrábamos era su refugio. Me pusieron al tanto de la situación de la región.
Relataron una pandemia, según ellos creado por el poder hegemónico, para acabar con gran parte de la población. Hablaron de complots por el poder económico. El virus convertía a la gente en locos, como si tuvieran rabia, se contagiaba con los fluidos en forma instantanea.
En las ciudades más alejadas, hacia el interior, habían creado zonas de seguridad, hechas por el gobierno, con alto contingente militar. Los caminos hacia otras regiones estaban cerrados, si no eras atacado por los infectados eras asesinado por los foragidos. Las zonas seguras se convirtieron en tumbas. Los infectados fueron atraidos por las multitudes haciendo una masacre. Nada más se supo del gobierno ni de ninguna autoridad. La ley del más fuerte se impuso.
Los siguientes días fueron difíciles. Salir nuevamente al mundo, para buscar alimentos. Fuimos designados para eso, por nuestras habilidades. Pronto tuvimos que aprender a asesinar. Al principio varios murieron por ser compasivos, por miedo a matar. Las pesadillas de las muertes, la falta de higiene, las heridas, la deprivación del sueño, el hambre, hicieron el resto. Los asesinatos, infecciones del virus y los suicidios eran pan de cada dia.

Con el tiempo nos hicimos duros, se convirtió en rutina. Aunque nunca me acostumbré a los alaridos ni al olor a muerte nauseabundo, si se hizo costumbre aprender a escapar, saquear, asesinar en forma efectiva.
La última vez que saqueamos un supermercado fue un desastre. No contábamos con tantos infectados, siempre es mejor tratar con ellos cuando son unos pocos, si son más de cinco es mejor correr. Es más fácil ser infectado que asestar un golpe certero en la cabeza de uno de ellos, y no sentían dolor ni miedo. Eran implacables.
Nunca más supe de ninguno de mis hermanos, ni de ninguno de ellos.
Desde ahí todo está escrito.

Mi vida antes del desastre ahora parece muy lejano. Un sueño sacado de una película de fantasía, donde todo es hermoso. Una ducha caliente, una cama acogedora, una familia, vivir en paz y sin miedo a morir a cada segundo. Todo eso hoy es muy lejano y parece una utopía.

Dia 10 - Tortuosa espera, continuación

La mano fría de Claudia se apoyó en mi hombro, estaba pálida, se aferraba a mi ropa como aferrándose a la vida.
Giré para mirarla, sus ojos estaban cerrados. Se quejaba, su rostro reflejaba que estaba sufriendo, adolorida.
Paula se acercó y le puso un paño frío en su frente. Me dijo que su recuperación iba a ser complicada. A pesar de nuestros esfuerzos por ayudarla, el que se recuperara totalmente dependería sólo de sus ganas de vivir.
Sostuve su mano entre las mias. Al rato volvió a descanzar.

Con Paula discutimos la necesidad de tener más alimento y agua nuevamente, además de la posibilidad de tener más y mejores medicamentos. Ahora eramos tres, y la fragilidad de Claudia necesitaba de mejores cuidados. En las condiciones en que estábamos viviendo, cualquier infección o descuido podía definir su vida o su muerte.
Decidimos ir al día siguiente en busca de lo que necesitaramos, por lo que lo que resta del día nos encargaríamos de hacer los preparativos.

Me encargué de revisar el camión, el parabrisas estaba dañado pero no resultaba un peligro. Aproveché de limpiar la cabina, estaba empapado de la sangre del niño. Su imagen arrastrándose hacia mi con ese rostro cadavérico llegó a mi mente, un escalofrío me recorrió la espalda ¿Cómo era posible que se convirtiera en esa cosa sin estar en contacto con un infectado? No di con ninguna respuesta razonable.
Llené el estanque con un galón que traía en la parte trasera. El camión estaba en condiciones para la misión.

El resto de la tarde me encargué de mirar los alrededores, en busca de posibles amenazas, todo parecía muy callado.
Al volver, conversamos con Paula, me preguntó sobre mi vida antes de la pandemia. Hace tiempo no hablaba sobre eso con nadie. Creo que tampoco había pasado por mi mente, han sido bastante tiempo desde que no recordaba a mis padres, a mis amigos, a mi vida antes de todo esto.

Creo que sería bueno escribirlo, no me gusta la idea de olvidar quien era antes de esta tragedia.