lunes, 16 de noviembre de 2009

Día 5 - Resistencia Combatiente de Valparaiso, parte I

Han pasado cuatro días desde que pude escribir por última vez en el diario. Afortunadamente lo tengo de vuelta.

Mi esperanza de encontrar sobrevivientes se cumplió en algún momento, sin embargo la luz de esperanza que se había abierto campo entre la espesa nubosidad de los apocalípticos acontecimientos de los últimos meses se ha disipado.

Cuando vives en un mundo rodeado de caos, escapando de seres que fueron humanos alguna vez, tratando de darte un mordisco, te olvidas de que en el mundo habían muchas cosas peores antes de que esta pandemia se desatara: El propio ser humano.
Los acontecimientos vertiginosos de los que he podido sobrevivir estos últimos dias, me hace dudar de que sea el virus el causante de las acciones de esos seres. Al parecer sólo es un catalítico de la verdadera naturaleza humana. Quizás, por naturaleza, somos seres antropófagos.
Ahora que tengo unos minutos de seguridad, he tomado mi diario para relatar lo mejor posible todo lo que ha pasado en estos cuatro dias, y como llegué a estar en esta situación.


Luego de despertar de una resaca terrible despues de una noche de disfrutar de un banquete post apocalíptico, decidí terminar la tarea de terminar de revisar los últimos cuatro pisos inferiores del edificio. Con la cuerda de seguridad que tomé prestada, sería un poco más fácil movilizarme.
Me pareció extraño que no hubiese señas de algún infectado en los pisos tres y cuatro, además de las muestras de saqueos evidentes - las habitaciones estaban literalmente vacias, ni siquiera un papel, nada - sin embargo en el segundo piso encontraría la respuesta a mi pregunta.
El piso uno y dos estaban con las ventanas cerradas con tablones, por lo que me fue imposible entrar por fuera, tuve que agarrar valor y entrar directamente por las escaleras interiores.
Machete en mano y a tientas, bajé las escaleras, la única iluminación las entregaban los orificios que se escapaban al blindaje que proporcionaban los tablones en las ventanas.
Derepente un golpe de putrefacción golpeó mi cara. El olor era tanfuerte que causaba un dolor de cabeza. Atiné a cubrirme con un paño, para cubrir en alguna medida el nauseabundo olor que me causaba. A esto se sumó el escalofrío de pensar que estuviera acompañado por una de esas criaturas, pero no escuchaba ruido alguno, nada.
Cuando te encuentras en una ciudad muerta, el menor de los ruidos se transforma en un estruendo. Y sólo escuchaba los ruidos de los pasos aletargados de las criaturas de afuera, muy a lo lejos.
Atiné a acercarme a una ventana y sacar unos tablones. Si había un infectado dentro, por lo menos quería verlo. Y el aire fresco en ese ambiente a putrefacción, me lo iban a agradecer mis tripas.

Despejada una ventana, tomé aire fresco, miré hacia la calle al dantesco escenario de cientos de restos humanos esparcidos por la calle como si fuera papel picado en un carnaval, y otras cientos de criaturas divagando con la mirada perdida y gemidos lastimeros pero escalofriantes.
Al girarme y dirigir mi mirada al interior, no pude evitar emitir un grito de terror que hizo que varias de las criaturas de afuera dirigieran su mirada hacia mi.
Lo que vi fue digno de una película gore (si es que lo de afuera no era suficiente para ganarse ese título). El piso estaba cubierta de sangre seca, como si hubieran usado la sangre para lustrar el piso. Todo de un tono rojo oscurísimo, acompañado de pedazos de ¿tripas? y otros interiores. Y arriba en el techo, una docena de cadáveres sin cabeza colgados desde el torso, asujetados a las vigas del techo. Cuando pensé que los cadáveres eran de sobrevivientes casi me desmayo. pero en el centro de la habitación, en una mesa en una especie de jaula - luego supe que era una trampa para pescar jaivas - la docena de cabezas que les faltaba a los cuerpos, con una terrorífica diferencia. Estas cabezas se negaban a dejar de "vivir". Las cabezas, paradas, o volteadas, movían los ojos secos y, al verme, lanzaban mordiscos. Sentí como las lágrimas caían por mi rostro... era horroroso.

Lo que había sobre la trampa, fue lo que hizo que sintiera ganas de acercarme a ese cuadro plástico del horror. Había una nota. El mensaje hizo que la esperanza volviera a mí. El amarillento papel estaban las siglas RCV. Abajo su significado, Resistencia Combatiente de Valparaiso. Más abajo el mensaje que esperaba: "Únetenos en la Aduana, usa el binocular". Mis ojos se dirigieron al lado de la mesa y encontraron los binoculares.
Salí corriendo del edificio, y subí en tiempo record hasta la azotea. Dirigí mi mirada con los binoculares en dirección al puerto buscando algo que me diera respuesta al mensaje, y lo encontré.
Unas banderas negras y rojas, flameaban sobre algunas gruas y containers de la aduana. Personas armadas custodiaban el lugar. Observé bien y me percaté que la zona de banderas estaba totalmente despejada, y los infectados estaban replegados a zonas lejanas de este sector. Habían convertido las vallas de seguridad de la aduana en una fortaleza, usando las gruas para mover algunos containers y aislar a los infectados.
¡Eran sobrevivientes! ¡Debía llegar ahí como fuera!
Arreglé mis cosas, me puse la mochila, y decidí mi plan de movilización. Desde la azotea podía ver una pila de autos atravesada en la calle a manera de trincheras. Estas me permitirían llegar hasta un callejón, correr por ahí hasta Errazuriz, saltar la valla del metro, y por ahí, saltando las murallas meterme al interior de la aduana.

Fui hasta el primer piso y calculé la cantidad de infectados... muchísimos. Pero mi necesidad de ir a ese lugar era más fuerte. Apreté los dientes, salté la ventana, y corrí por encima de los vehículos, sintiendo gruñidos y gritos guturales detrás mio. Debía correr, debía saltar, sin parar, sin mirar atrás. Debía llegar como un rayo a la aduana, a mi refugio, a encontrar gente... a encontrar esperanza.

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