miércoles, 31 de marzo de 2010

En busca de provisiones

Un hecho inesperado hizo que nuestros planes tuvieran que sufrir algunos cambios.
Claudia tuvo una recaida, debido a las heridas de la intervención, por lo que Paula debió quedarse con ella. Me ofreció posponer la misión, pero sin provisiones no podríamos durar mucho más, y no sabía cuanto tiempo iba a estar convaleciente, Claudia. Por lo que decidí ir por mi cuenta.
Tomé el camión y me dirigí en dirección al supermercado por la avenida Alemana, por arriba del cerro. No podía arriesgarme a toparme con los soldados, si iba por el plan.
Crucé todos los cerros hasta llegar al otro extremo del plan. Dejé el camión estacionado a unas diez cuadras de mi objetivo, y tomé sólo lo necesario: la pistola, un cartucho, mi machete, una botella con agua y una pequeña linterna que se encontraba en el vehículo. Guardé todo en una mochila de campaña, que me serviría para guardar provisiones y me dirigí rápido, pero con cautela hacia los estacionamientos del local.

El lugar estaba custodiado por, al menos una docena de guardias armados. Algunos eran soldados, pero a los otros no los reconocía. Se distinguían por un pañuelo rojo en sus brazos derechos. Todos estaban armados.
Las entradas al estacionamiento estaban cercadas y tapadas con camiones y alambres de púa. Sin embargo logré encontrar una forma de penetrar en el recinto.
Me acerqué con sigilo a un punto ciego de estacionamiento, sólo accesible por alguien con habilidades para trepar como las mías. Desde ahí me acerqué a un muro y pude alcanzar una escalera de incendios que daba por el lado exterior del supermercado, donde los vigilantes no podían verme.
No habían ventanas por donde acceder así que tuve que subir hasta la azotea. Al llegar ahí, vi a un vigía en la esquina del edificio, dándome la espalda. Este se encontraba mirando por unos binoculares en dirección a la costa.
Me acerqué en silencio hasta llegar a su espalda. Apliqué una llave a su cuello con ambos brazos lo más fuerte que pude. El tipo forcejeó y trataba de sacarme de encima suyo. A pesar de su esfuerzo, el bloquear el acceso de sangre al cerebro por su aorta hizo que se desmayara. Seguí apretando hasta que sentí un crujido en sus vertebras, lo había acabado. Si despertaba del desmayo podía convertirse en peligro si alertaba al resto. Tomé su binocular, un cuchillo de caza que portaba y me introduje al recinto.

El edificio contaba con seis pisos, incluyendo dos estacionamientos subterraneos.
El último piso estaba lleno de oficinas administrativas, y servía como alojamiento a los soldados y a los otros tipos.
Vi a algunos tipos durmiendo, otros beiendo y comiendo, follando, entreteniéndose con juegos de videos y otras distracciones. Habían convertido ese supermercado en un centro de veraneo post-apocalíptico. Y eso me hizo fácil escabullirme al piso de abajo.
En este piso hubo alguna vez un patio de comidas, ahora era un desastre. Sin mucha iluminación, basura, mesas y sillas volteadas y señales que mostraban que aquí había ocurrido una batalla. Detrás de una mesa había un guardia, durmiendo en una silla, avancé tratando de mantener silencio, poniendo cuidado en donde pisaba. Una vez detrás de él, desenvainé el cuchillo de caza, con la otra mano le tapé la boca con fuerza, tirando su cabeza hacia atrás, y clavé el cuchillo a la altura de la yugular y abrí hasta el otro extremo, con rapidez. El tipo sólo alcanzó a hacer un sonido ahogado como gárgaras, cayó de la silla y se desangró rápidamente, convulsionándose. Limpié el cuchillo cuando me percaté que otro sujeto estaba unos 60 metros más allá vigilando hacia los pisos inferiores, firme y con una kalashnikov en sus manos.
En el mismo espíritu de sigilo me acerqué a él, quería sorprenderlo por la espalda, sin que me notara. A unos 5 metros giró su rostro bruscamente y me vio. Empezó a levantar el arma para apuntarme con ella, mientras yo, casi instintivamente y en menos de un segundo, corrí y me barrí por el suelo pasando a su lado y a su espalda, cuchillo en mano. Al mismo tiempo que el tipo se daba la vuelta y comenzaba a hacer un amago de golpearme con el rifle, salté tomando un hombro con una mano y enterrando el cuchillo con potencia en su espalda, a la altura de uno de sus pulmones. El tipo gritó aún girando, haciendo que soltara el cuchillo de mi mano, intentó dispararme pero logré patear su estómago, haciendo que cayera. Una vez tumbado, terminé el trabajo. Cuando pensé que había logrado pasar inadvertido, escuché por su radio a otro guardia preguntando por el grito. Ante la falta de respuesta, se dio alarma y escuché a tipos subiendo a gran velocidad.
Debía escabullirme, por lo que corrí en sentido a los pasillos internos del edificio, usado por los empleados. Busqué una salida de emergencia y decidí seguir bajando por la escalera de incendios. Terminé en el primer piso, aquí estaba lo que buscaba, una farmacia y los pasillos con provisiones.
La farmacia estaba fuertemente custodiada y sólo tenía una entrada y estaba entera hecha de ventanales, por lo que pasar inadvertido iba a ser difícil. Opté por infiltrarme por el cielo falso, con mucho cuidado para que no colapsara y cayera en medio del salón.
Al estar a la altura de el mesón de atención, bajé. Saqué antibióticos, vendas y otras cosas y volví a subir por encima del mesón. Pasé inadvertido.
Saliendo a los pasillos pude notar que cada uno estaba custodiado por dos guardias, uno a cada extremo. Debía crear una distracción. Decidí atacar al más cercano a la puerta de emergencia. Podía escuchar en su radio dando alerta por un intruso por la baja de dos de los guardias en el piso superior. Se notaba con mucha ansiedad listo para disparar a cualquier amenaza. Me tomó un tiempo deducir como eliminarlo y crear una distracción.
Tomé una lata de bebida que estaba en el suelo, y la lancé contra el centro del pasillo, haciendo que la mercadería cayera. Ambos guardias se dirigieron al ruido apuntando con sus armas. Mientras veían el desastre me avalancé contra uno de ellos haciendo que empujara al otro contra el suelo. Mientras trataban de incorporarse, di un machetazo la cabeza del tipo que estaba boca arriba, el otro tipo gritaba pidiendo ayuda mientras me encontraba en su espalda, un machetazo en la aprte de atrás de su cuello lo calló. Saqué de su cinturón unas granadas, siendo una de ellas una granada de luz. La arrojé en sentido a los pasos de los guardias que venían a ayudar a su compañero, yo corrí en sentido contrario, sintiendo la explosión y el flashazo detrás mio. Los tipos gritaban y disparaban en todas direcciones.
Aproveché la confusión para tomar lo que necesitaba y huí rápidamente. Para mi mala fortuna la salida que tomé me llevó directamente al estacionamiento, me vi rodeado de guardias armados y no tuve más opción que correr hacia la salida más próxima. Corrí sin mirar atrás entremedio de autos sintiendo a los tipos coriendo detrás mío disparando, y las balas silbando o golpeando a los autos cerca mío. Corrí saltando automóviles hasta llegar a un extremo del estacionamiento abierto, protegido con una valla a la altura del pecho, sin parar y sin pensarlo dos veces me sortié este obstáculo con un "gato", al otro lado me esperaba una caida de cinco metros hacia la calle, caí, rolé, me incorporé algo adolorido, miré hacia atrás y sonreí por haber escapado, aún sintiendo los disparos, pero sabiendo que nadie iba a realizar un sato así sólo para darme alcance.
Lo siguiente no lo esperaba. Cuatro tipos con los pañuelos rojos realizaron el mismo salto que yo cayendo incluso más lejos y más limpio. Se incorporaron al instante y siguieron en mi captura.
Me metí por callejones, salté murallas, tratando de fluir y tomar ventaja de mis persecutores, pero aún los tenía a la cola, haciendo pasavallas, sin grandes muestras de cansancio. Definitivamente estos tipos eran traceurs, conocían el arte del desplazamiento, al igual que yo, pero querían atraparme. No era bueno.
Logré llegar al camión, meterme dentro y encenderlo. Al apretar el acelerador uno de los tipos se colgó de la puerta izquierda, me miró sonrió, y me dijo "iremos por tí, hermano traceur", y se arrojó mientras yo aceleraba con cara de espanto en mi rostro.
Escapé por un pelo. La imagen de uno de los tipos por el retrovisor apuntándome con su dedo, como diciendo "vamos por tí" es lo último que vi.
A pesar de mi victoria en la misión, algo me da mala espina. Creo que, de verdad, no será la última vez que veré a estos tipos.

sábado, 23 de enero de 2010

Memorias de un Trazador

Mi hogar solía estar en Villa Alemana, era el epicentro del Arte del Desplazamiento en la V región. Mi vida giraba practicamente en torno a esta disciplina. Hacía un año o dos que decidí dedicarme a este arte que tanto amaba.
Mis padres no estaban muy conformes con esta decisión. Como cualquier padre esperaban que me convirtiera en un profesional salido de una universidad, sin embargo lo respetaban.
Ellos y mi novia eran un soporte en mi vida, los amaba.

Tenía un buen grupo de amigos, todos Traceurs. Hombres y mujeres fuertes. No se que habrá sido de ellos. Espero que hayan sobrevivido gracias a lo que el Parkour les enseñó.

El día de la tragedia nos encontrábamos con mis padres en Valparaiso. Para salir de la rutina familiar quisimos ir a comer al puerto. Era verano, la ciudad estaba llena de vida, con su bohemia, su gente característica, sus turistas, sus calles añejas pero mágicas hacían de este lugar uno como ningún otro.
Estábamos disfrutando de un mariscal cuando empezó el caos.
Lo primero que escuchamos fueron gritos de varias personas a lo lejos. Llamó nuestra atención pero no mucha, debido a que los robos a turistas en estas fechas eran comunes. Había mucha pobreza y delincuencia en Valparaiso.
Sin embargo los gritos no terminaban, más gente se sumaba al coro de gritos. Derepente una turba de gente corría en todas direcciones, como loca, aterrorizada por algo.
Mi padre tomó a mi madre del brazo y se la llevó dentro de un local apartado, dentro del mercado, donde comíamos. Mi curiosidad me llevó a trepar por una viga para ver que es lo que estaba pasando.
El mercado estaba lleno de gente, todas corriendo sin saber de que, se empujaban, los que caían al suelo eran aplastados por el resto de la gente. Veía a mucha gente ensangrentada. Las mesas tumbadas, locales saqueados, vidrios rotos, gritos, llantos. Derepente la imagen de un hombre mayor, algo gordo, completamente cubierto de sangre estaba sobre una mujer, que gritaba desesperada. El hombre la golpeaba y daba mordiscos en su cuello. Algunas personas intentaban ayudarla. Luego la imagen se volvió confusa, aquellos que intentaban atacar al tipo comenzaron a avalanzarse contra más gente. En unos 10 minutos era una carnicería, la gente no podía defenderse, los gritos de miedo y los llantos se iban convirtiendo en alaridos de rabia, al igual que los rostros de las personas.

Me llevó un tiempo salir del estado de shock y recordar a mis padres. Trepando llegué hasta donde se supone que debían estar. Llegué al local, que contaba con un techo abierto, los vi a los dos arrodillados de espaldas, deben estar orando (pensé), ambos tenían mucha fe. Los llamé a gritos, ambos se voltearon.
Estaban bañados en sangre. Al principio pensé que los habían lastimado, comencé a bajar. Cuando estuve más cerca, vi pedazos de algo viscoso entre sus manos. A sus pies, una niña pequeña, destripada. Sus ojos en tinta, rojos, sus rostros me miraban fijo, con ira. Nunca vi a mis padres mirarme de tal manera, con tanto odio.
Mi padre se levantó hacia mi gritándome, comenzó a correr hacia mi, detrás de él otras personas en el mismo estado. Atiné a correr.
Nunca en mi vida había sentido tanto miedo. Corrí sin parar, llorando, sintiendo tras mío a una turba de gente gritando y gruñendo con rabia, con odio, como bestias. Cada vez sentía más y más gente corriendo detrás mio.
En la calle, la gente estaba vuelta loca, atacándose a mordiscos, a golpes, los policías atacando a gente sin distinción, los militares atacándose entre sí. Automóviles y autobuses volcados, edificios en llamas. Era un caos, todo estaba fuera de control. Corrí hacia un edificio abandonado en la calle Errazuriz. Por su estado, era imposible entrar en él si no eras un hábil escalador, eso me salvó.
Estuve dos días congelado, sin poder moverme del miedo, llorando desconsolado, como un niño asustado. Los gritos no cesaban. La sirena de emergencia, los gritos y alaridos, las explosiones, los balazos, era la sinfonía del fin de los tiempos. Fueron dos dias eternos, sin dormir, sin comer ni beber, catatónico. Esperando que en cualquier minuto alguien acabara conmigo.
Finalmente me desmayé de un colapso nervioso.

Cuando desperté me encontraba tendido en un colchón, en una casa abandonada de madera. No era el edificio donde me había escondido. Me levanté de un salto, alrededor mío habían unas cinco personas, comiendo. Me miraron, y una se acercó con comida, luego de comer, volví a dormir.

Los siguientes días despertaba sólo para comer, no hablaba con nadie. Los que me rescataron pensaron que me había vuelto loco.
Un día llegó un grupo nuevo de supervivientes. Eran algunos de mis hermanos, quienes entrenaban conmigo. Uno, Nicolás, se acercó a mi y me abrazó. Rompí en llanto. Luego volví en mí.
Quienes me rescataron eran Okupas, la casona en que nos encontrábamos era su refugio. Me pusieron al tanto de la situación de la región.
Relataron una pandemia, según ellos creado por el poder hegemónico, para acabar con gran parte de la población. Hablaron de complots por el poder económico. El virus convertía a la gente en locos, como si tuvieran rabia, se contagiaba con los fluidos en forma instantanea.
En las ciudades más alejadas, hacia el interior, habían creado zonas de seguridad, hechas por el gobierno, con alto contingente militar. Los caminos hacia otras regiones estaban cerrados, si no eras atacado por los infectados eras asesinado por los foragidos. Las zonas seguras se convirtieron en tumbas. Los infectados fueron atraidos por las multitudes haciendo una masacre. Nada más se supo del gobierno ni de ninguna autoridad. La ley del más fuerte se impuso.
Los siguientes días fueron difíciles. Salir nuevamente al mundo, para buscar alimentos. Fuimos designados para eso, por nuestras habilidades. Pronto tuvimos que aprender a asesinar. Al principio varios murieron por ser compasivos, por miedo a matar. Las pesadillas de las muertes, la falta de higiene, las heridas, la deprivación del sueño, el hambre, hicieron el resto. Los asesinatos, infecciones del virus y los suicidios eran pan de cada dia.

Con el tiempo nos hicimos duros, se convirtió en rutina. Aunque nunca me acostumbré a los alaridos ni al olor a muerte nauseabundo, si se hizo costumbre aprender a escapar, saquear, asesinar en forma efectiva.
La última vez que saqueamos un supermercado fue un desastre. No contábamos con tantos infectados, siempre es mejor tratar con ellos cuando son unos pocos, si son más de cinco es mejor correr. Es más fácil ser infectado que asestar un golpe certero en la cabeza de uno de ellos, y no sentían dolor ni miedo. Eran implacables.
Nunca más supe de ninguno de mis hermanos, ni de ninguno de ellos.
Desde ahí todo está escrito.

Mi vida antes del desastre ahora parece muy lejano. Un sueño sacado de una película de fantasía, donde todo es hermoso. Una ducha caliente, una cama acogedora, una familia, vivir en paz y sin miedo a morir a cada segundo. Todo eso hoy es muy lejano y parece una utopía.

Dia 10 - Tortuosa espera, continuación

La mano fría de Claudia se apoyó en mi hombro, estaba pálida, se aferraba a mi ropa como aferrándose a la vida.
Giré para mirarla, sus ojos estaban cerrados. Se quejaba, su rostro reflejaba que estaba sufriendo, adolorida.
Paula se acercó y le puso un paño frío en su frente. Me dijo que su recuperación iba a ser complicada. A pesar de nuestros esfuerzos por ayudarla, el que se recuperara totalmente dependería sólo de sus ganas de vivir.
Sostuve su mano entre las mias. Al rato volvió a descanzar.

Con Paula discutimos la necesidad de tener más alimento y agua nuevamente, además de la posibilidad de tener más y mejores medicamentos. Ahora eramos tres, y la fragilidad de Claudia necesitaba de mejores cuidados. En las condiciones en que estábamos viviendo, cualquier infección o descuido podía definir su vida o su muerte.
Decidimos ir al día siguiente en busca de lo que necesitaramos, por lo que lo que resta del día nos encargaríamos de hacer los preparativos.

Me encargué de revisar el camión, el parabrisas estaba dañado pero no resultaba un peligro. Aproveché de limpiar la cabina, estaba empapado de la sangre del niño. Su imagen arrastrándose hacia mi con ese rostro cadavérico llegó a mi mente, un escalofrío me recorrió la espalda ¿Cómo era posible que se convirtiera en esa cosa sin estar en contacto con un infectado? No di con ninguna respuesta razonable.
Llené el estanque con un galón que traía en la parte trasera. El camión estaba en condiciones para la misión.

El resto de la tarde me encargué de mirar los alrededores, en busca de posibles amenazas, todo parecía muy callado.
Al volver, conversamos con Paula, me preguntó sobre mi vida antes de la pandemia. Hace tiempo no hablaba sobre eso con nadie. Creo que tampoco había pasado por mi mente, han sido bastante tiempo desde que no recordaba a mis padres, a mis amigos, a mi vida antes de todo esto.

Creo que sería bueno escribirlo, no me gusta la idea de olvidar quien era antes de esta tragedia.

martes, 29 de diciembre de 2009

Día 10 - Tortuosa espera

Paula trató a Claudia. Drenó la sangre coagulada en su estómago, debido a un fuerte golpe en el camión mientras escapábamos. La hemorragia al abrir fue grande, costó mucho trabajo controlarla. Tuve que transferirle sangre para evitar su muerte. Está estable pero con riesgo vital.
No he hecho más que estar a su lado, comido poco y mucho menos dormir. Si un grupo de infectados entrara por esa puerta sería una presa fácil, pero eso no me importa mucho.
Paula ha estado intentando de subirme el animo y de que me alimente bien, distrayéndome con conversaciones.

En una de esas conversaciones le comenté lo del niño, pareció no sorprenderse demasiado y luego me contó que en la aduana, luego del desastre, los cadáveres de los muertos por balas comenzaron a levantarse solos también. No hubieron infectados de por medio. Tampoco entendía nada. Era como si el descanzo de la muerte se negara a aparecer. Miraba a Claudia y deseaba que no muriera, que no tuviera que ser una de esas cosas. Mis ojos se nublaban por las lágrimas. La enfermera me animaba, diciéndome que ella estaría bien.

Otra de las conversaciones fue la de la alimentación de la gente de la aduana, le rpegunté como podía haberse alimentado de carne humana.
Me contestó que ella no lo sabía pero si lo sospechaba. Tomó su bolso y sacó unas bolsas, tenía muchísimas, era carne de soya. Era vegetariana. De cierta manera esto me hacía confiar más en ella.

Me comentó la falta de alimento, agua y medicamentos que teníamos. Debíamos encontrar raciones. Me dijo de supermercados que fueron cerrados por los soldados con mercadería, debido a su sistema de refrigeración, era mejor que llevarselos y esperar a que se pudrieran o hecharan a perder rapidamente.
Le dije que una vez que Claudia mostrara signos de recuperarse iría. Paula me dijo que ella quería acompañarme, que no quería ser estorbo, y que, por su formación militar, podía usar el arma. Eso fue un punto a su favor, además todo este tiempo a salvo me mostraba que era capaz de cuidarse sola. Además, como siempre he pensado, es más seguro moverse en equipo, cuidarse las espaldas.
Su idea tenía mi aprobación.
El camión y la motocicleta era una herramienta útil en esta nueva misión.
Desearía tener una para poder ayudar a Claudia.

Una mano sostiene mi hombro

¡ Es la mano de Claudia!

Día 9 - De vuelta a la boca del lobo, parte II

El silencio del lugar pronto llegó a su fin, fue quebrado por los ecos de alaridos provenientes de las bocas de los infectadosque bajaban por las callejuelas de Valparaiso. Una decena de ellos corrían, bajando el cerro, pude reconocer a unos cuantos de los que me perseguían entre el grupo.

La ofensiva de los soldados fue inminente. Atacaban desesperados con sus rifles de asalto a los infectados, estos recibían las balas sin mostrar ni una mueca de dolor, sólo avanzaban, corriendo hacia la carne fresca y corazones palpitantes.
Pronto se mezclaron. De todas maneras no me quedé a ver la escena, esta oportunidad fue mi ventana para poder cruzar la avenida, saltar la reja y colarme en las instalaciones de la aduana.


Lo que alguna vez fue un refugio ahora era un caos. Muebles destrozados, pedazos de ropa, cascos de balas, sangre por doquier. Mes estaba desesperando, no quería encontrar el cadáver de la enfermera. Lo que siguió fue aun peor, gente que fue refugiada estaban ahora infectados, ancianos, mujeres, hombres y niños que habían sido rehenes ahora comían pedazos de humanos. Incluso reconocí a algunos soldados.
Probablemente al escapar, y dejar la reja abierta, dio libertad a los infectados de entrar a sus anchas. No me cabía otra explicación.

La desesperación de encontrar a la enfermera hizo que bajara la guardia, tres infectados notaron mi presencia. Gritaron y corrieron hacia mí. Atiné a sacar el arma que llevaba conmigo y empecé a disparar. Soy un pésimo tirador, gasté todo un cartucho y a lo más di tres a torsos y extremidades. Si hubiese sido gente común, los hubiera abatido, quizás. Pero eran infectados, nada los paraba. Me dediqué a lo mío, y escapé a las alturas, subiendo a una grua. Un par subió y los otros saltaban y gritaban desde abajo.
Uno me alcanzó a tomar el tobillo y tiraba de mi pierna, alcancé mi machete y le atiné al brazo. Después de varios golpes le arranqué la mano.
Seguí subiendo y salté a unos containers cercanos. Huí al otro extremo de la aduana.
Desde lo alto pude tener una visión general del lugar. Era un caos, todos infectados, ninguna seña de sobrevivientes. Un nudo comenzó a formarse en mi garganta, todo se estaba yendo al carajo.

Recorrí por encima de containers hasta que algo golpeó mi espalda, caí de bruces pero me reincorporé al instante, tomé mi machete y atiné a golpear. Pero un grito de quien me golpeó hizo que me detuviera.
¡Espera! una voz femenina ¡era la enfermera!
Su cara no pudo ser más de sorpresa ya que mi reacción fue reir y abrazarla como a una amiga de toda la vida.
Me dijo que se encontraba con un niño de unos trece años, refugiados en un container.
Le conté de la situación de mi novia, de la gravedad del asunto, y que teniamos que huir del lugar. Donde estábamos era un lugar seguro, y a cambio de su ayuda podía tener un buen refugio.
Aceptó, pero debíamos tener un plan de escape.
Recorrí el lugar y di con uno de los camiones. Bajé y me cercioré de que estuviera abierto y con la llave. Era pedir demasiado. Estaba cerrado, por lo que rompí la ventana a codazos. Las llaves no estaban, por lo que abrí el cableado para hacer contacto, luego de varios intentos lo conseguí.
Lo siguiente fue acercar el camión al container dodne se encontraba Oath y el niño.
Con miedo saltaron al camión, los infectados no tardaron en notar nuestra presencia y corrían en nuestra dirección.
Hice que la enfermera y el niño entraran a la cabina, justo a tiempo para que los mosntruos se avalanzaran sobre el camión. Pisé el acelerador a fondo y salimos del lugar.
Tuvimos que sortear obstáculos con el camión, postes en el suelo, cadáveres, autos volcados, pero el peor fue el grupo de soldados infectados que se lanzaba contra el camión haciendo que se me dificultara mantener el control del manubrio. Le siguieron disparos desde no se donde, uno de ellos dio en el pecho del niño en forma certera. Trás el grito de la enfermera y mi desesperación por sacar a esa mujer con vida del lugar, me metí de lleno entre los cerros de Valparaiso, escapando de las balas que nos seguían detrás.

Mientras escapábamos la enfermera trataba de detener el sangrado del niño, pero sus ojos abiertos y su palidez delataron su estado, había muerto.

Una vez que llegamos a La Sebastiana, llevé rápidamente a la enfermera donde Claudia. Estaba pálida, casi no respiraba. Oath tomó su bolso con el que contaba para asistir a los heridos, y me pidió que la dejara sola con ella.
Mientras tanto, metí el camión al recinto, recuperé la motocicleta, y saqué el cuerpo ensangrentado del niño.
Le daría una sepultura en el jardín, que más podía hacer.
Tomé una pala y comencé a cavar con una sola cosa en la cabeza: la vida de Claudia. Mientras cavaba, un ruido me sacó de mis pensamientos. Unos quejidos y algo arrastrándose, me di vuelta con rapidez y lo que vi fue increible.
El niño, el cadaver del niño, se arrastraba hacia mí, cabeza abajo ¡¿Estaba vivo?! Su mirada y su gesto me respondió. Los ojos blancos, su rostro pálido y lleno de venosidades negras, gruñendo. El niño se había infectado ¡pero como! no tenía heridas ni estuvo en contacto con infectados en el escape, si hubiese sido mordido instantaneamente se hubiese convertido en uno de ellos. Lo que le mató fue una bala certera en su pecho.
No entendía nada, estuve unos dos minutos eternos alejándome de él, mientras se arrastraba hacia mí. Lo miraba, buscando una explicación. Como era posible que un muerto reviviera en una de esas cosas, sin estar en contacto con otros infectados... no pude pensar una respuesta. Inmutable, tomé mi machete y di fin a la maldición del muchacho. Seguido, lo enterré para que descanzara.
Caminé hacia la casa, esperando que Claudia no muriera ¿y si muere y se convertía en una de esas cosas? No tendría el valor de acabar con su vida, ni el valor para vivir viéndola en ese estado.

Camino a la habitación se me vino a la mente una frase de una película de zombies. "Cuando no haya más espacio en el infierno, los muertos caminarán entre nosotros".

jueves, 3 de diciembre de 2009

Día 9 - De vuelta a la boca del lobo, parte I

En un mundo en ruinas, donde lo que conocías por civilización se ha extinguido. En que, de ser la cúspide de la pirámide evolutiva, pasamos a ser alimento de seres que alguna vez fueron humanos, no se puede pedir un día de tranquilidad. No se vive, se sobrevive.
Claudia amaneció muy pálida, tosiendo algo de sangre. Me preocupé en sobremanera, era lógico que alguna secuela haya quedado del accidente en el camión. La revisé buscando señales de heridas o traumatismos, llegué a su vientre y estaba durísimo, con un gran hematoma. Mi sospecha indicaba que quizás pudiera tener una hemorragia interna.
¡Mierda! No podía ser todo tan perfecto. Tendría que haber sabido que el recuperar a Claudia iba a traer alguna nueva sorpresa en este infierno.
Necesitaba un médico, no podía dejarla morir, no ahora. Este infierno no me la quitaría nuevamente, no sin que haga algo al respecto.

Pensamientos fatalistas pasaron por mi mente, la idea de perderla es demasiado dolorosa, el pensar en volver a vivir sin ella era insoportable, las ideas corrían a gran velocidad en mi mente, mareándome. No me dejaban pensar con claridad.
Ella postrada frente a mi, pálida, casi tanto como uno de esos engéndros, tosiendo sangre, con una mueca de dolor en su rostro, en un estado febril, inconsciente.
¡No! no podía terminar así, debía hacer algo pronto.
De pronto la imagen de otra mujer llegó de golpe a mi mente, luego un nombre, Paula Oath. La enfermera de la RCV.
Sabía que podría estar muerta, alcanzada por un balazo, atacada por la muchedumbre o algo peor. Pero la falta de otro medio para ayudar a Claudia me hizo arreglar mi mochila, armarme con mi machete, besar la frente de Claudia y salir de La Sebastiana. No dejaría que este refugio se convirtiera en el lecho de muerte de la mujer que amo.


La salida por la reja principal se convertiría en el primer obstáculo. El ruido de la motocicleta al llegar alertó a un buen número de infectados, que se encontraban agolpados en la entrada. Iba a ser imposible salir por ahí en motocicleta, iba a tener que salir a pie, como buen traceur.
Salí de la Sebastiana llegando hasta los patios inferiores del recinto, saltando al patio de otra casa más abajo. Salté de casa en casa, hasta que llegué a la calle, frente a la Plaza Mena.
La calle estaba desierta, podía ver a los infectados en montones cuadras más arriba, furiosos, golpeando las rejas, gruñendo, gritando.
Me moví rápidamente en dirección a los callejones. Ir por calles abiertas me dejaba en desventaja si infectados frescos me atacaban.
Los "frescos" tienen sus capacidades físicas normales. Me imagino que por efecto del virus, excretan una mayor cantidad de adrenalina, que hace que el instinto rabioso se manifieste de manera exhacerbada.
Un ser humano con alta dosis de adrenalina recorriendo su cuerpo puede hacer cosas impresionantes. Imaginar a un ser humano infectado, con el solo objetivo de devorarte vivo es horroroso.
Por eso prefiero lugares estrechos, con muros que poder saltar.
Lugares estrechos me ponen en situaciones de mejor defensa, ya que menos infectados pueden avalanzarse. Por otro lado, aunque el efecto del virus los vuelve violentos y corren a su máxima capacidad y golpean y muerden como si les fuera la vida en eso, no adquieren habilidades espontáneamente. Eso me da otra ventaja, la técnica del escape del Parkour, que me ha mantenido con vida todo este tiempo.

Corrí entremedio de la plaza a toda velocidad, tan rápido que no me percaté de un cable del tendido telefónico tirado en la calle. Tropecé, botando un basurero causando un gran alboroto.
Gran error, siempre ve donde pisas. El ruido llamó la atención de los infectados que estaban más arriba.
Mientras me sacaba la basura de encima y trataba de incorporarme, escuché una estampida de infectados corriendo y gritando en mi dirección.
Sudor frío corrió por mi frente y el escalofrío fue tan fuerte en mi espalda que me hizo ponerme de pie instantáneamente.
Corrí escaleras abajo sin mirar atrás. Sentía los gritos y los pasos rebotando en las murallas, El eco en las paredes de Valparaiso hacían que pareciera que me persiguieran cientos de esos monstruos. No quería saber cuantos eran, ni cuan cerca estaban, miré al frente, con mi mejor rostro de terror, y corrí lo más rápido que pude.

Al llegar a un callejón al lado de unos departamentos, me encontré acorralado por otro grupo de infectados. Llegué a pensar en la diea de que se pusieran de acuerdo para cazar. Pero no quize darle vueltas a ese pensamiento. Me lancé a mi derecha subiendo un muro de unos dos metros, decidido a saltar al otro lado. Sin embargo al otro lado había un vacío de unos 7 metros hacia un patio lleno de escombros, el techo de la casa estaba a unos 3 metros de distancia desde donde yo me encontraba. Miré atrás. Una docena de infectados a media cuadra, por un lado y otro, rompiéndo el silencio sepulcral de Valparaiso con sus alaridos. No lo pensé mucho más, salté.

Nunca había saltado a esta altura al vacío, menos por mi vida. La caida fue eterna, malísima. Aterricé en el techo, estrellándome mejor dicho, cayendo de costado. Rompí parte del techo quedando enterrado entre los latones que lo cubrían, el golpe fue tal que no podía respirar. Me puse de espalda, intentando recuperar el aliento. Sobre el muro algunos infectados, trepándose. Dos de ellos cayeron al vacío empujados por otros. Dos golpes secos contra concreto y escombros. El resto gritaba detrás de esa muralla.
Me incorporé con cuidado, intentándo no caer por el techo. Fue en vano, el techo se rompió cayéndo nuevamente a piso, sobre una mesa de comedor. Quedé tirado un buen rato, me quité los restos de latones y madera de encima, me di vuelta y di con un cuerpo. Un nuevo escalofrío en la espalda, los odio y se hacen cada vez más comunes.
No se movía, me alejé, lo inspeccioné. Era un cadáver, bien muerto, con un balazo en la cabeza, la nuca estaba destrozada.
Lo bueno era el arma que sostenía en su mano, una Glock 17, cargada. El tipo se había suicidado.
La tomé y me puse a revisar la casa, estaba solo. Revisé los armarios, gavetas, hasta que di con dos cargadores más para la pistola. Este hombre me había hecho un gran favor y nunca lo sabría. Tomé una sábana, cubrí el cuerpo y salí de la casa. La calle desierta, volví a la carrera.
El resto del camino de bajada fue menos traumático. Encontrones con infectados, pero logré pasar desapercibido, pasando por detrás de automóviles, por encima de muros.

Logré llegar al plan de Valparaiso. Avancé con desición a través de sus calles, la imagen de Claudia agonizando me hizo olvidarme del peligro de los infectados. No me topé con muchos. El verdadero peligro lo encontraría al acercarme al camión estrellado que manejaba Jimenez. Una gran cantidad de Soldados de la resistencia lo vigilaban, buscando, quizás a mi, quizás a Jimenez, o algo más. Los lideraba Menéndez.
Esto significaba que la resistencia aún existía. Al menos los soldados armados. Esto significaba que quizás la enfermera seguía con vida.

El desafío sería entrar a la aduana nuevamente, buscarla y convencerla de que se vaya conmigo, por las buenas, o por las malas.




lunes, 30 de noviembre de 2009

Día 8 - Escape de la RCV parte II

Me levanté en la madrugada, antes que el sol comenzara a asomarse. Los guardias a esta hora no son más de tres, y todo el mundo duerme.
La idea era crear caos. Liberaría a los secuestrados y escaparía entre ellos. El ruido despertaría al resto de la gente, se enterarían de lo que sucede con estas personas, estallaría el caos.
Mientras Jiménez y su gente intenta controlar el problema, yo escaparía en un camión con Claudia, atravesando las rejas de seguridad que llevan a la "boca del lobo", hacia mi libertad.

Sólo había un vigía cerca del container donde se encontraban los secuestrados. Estaba sobre una torre de grua. Subí la torre con sigilo, lo sorprendí por la espalda y lo asfixié hasta hacer que se desmayara. Tenía un montón de llaves.
Bajé la grua y me dirigí al container, estuve mucho tiempo tratando de encontrar la llave que le hiciera al candado. Tensos, eternos minutos.
Logré abrirlo. Abrí con cuidado la puerta, tanteando en la oscuridad en busca de una luz instalada en el container. La encontré... los niños estaban arrinconados en una esquina, cual ganado, dándose calor. El olor era asqueroso, el aspecto de los niños era terrible.
Me acerqué, se asustaron, y les dije que los liberaría. Comencé a desatarlos, aquellos que estaban libres ayudaban a desatar al resto, por lo que la tarea fue rápida.
Entre todos los niños había un adulto, con su boca tapada con cinta adhesiva. Al sacarlo me agradeció en nombre de todos, su nombre era Gustavo, y para mi sorpresa había sido uno de los soldados de la resistencia.
Me contó que cuando comenzaron a faenar a humanos, el se negó y amenazó con contarle al resto de la gente sobre esta medida. Jiménez ordenó que lo encerraran.
Me ofreció su ayuda para poder escapar, si podía acompañarme. Acepté.
Les relaté la idea de hacer un desorden para alertar al resto de los civiles, la idea era correr cantando, ridículo, pero iba a facilitar que no confundieran a los niños con infectados. Salimos del container y comenzamos a correr.

La improvisada medida, resultó en que los niños cantaban cosas diferentes, y sin mucha afinación, todo un espectáculo.
La gente comenzó a salir de sus refugios y se percataron de lo que sucedía. Para mi sorpresa muchos de los niños, tenían a sus madres dentro del refugio. De alguna manera los habían separado, sin que se dieran cuenta.
El caos se convirtió en gritos de alegría, por encontrar a un ser querido perdido.

En unos minutos Jiménez se presentó con su comandante, detrás de ellos el resto de los soldados, con sus armas apuntándonos. Gustavo y yo lo encaramos.
Dijimos frente a todo el mundo las atrocidades que estaban cometiendo. Entre la gente se escuchaban gritos y llantos desgarradores.
Los soldados se miraban entre ellos nerviosos, el comandante fijaba su mirada de rabia hacia mí. Jiménez tenía una cara inexpresiva, pero estaba pálido.
Los llantos de la gente se transformaron en gritos de furia, y comenzaron a avalanzarse contra los soldados.
El comandante estaba atrapado entre el tumulto de gente. Jiménez se escabulló entre los soldados, con intención de escapar.
Con Gustavo lo empezamos a seguir, dejando el tumulto atrás. Pronto entre los gritos empezaron a escucharse disparos, comenzó una matanza. Debíamos concluir el plan pronto.

Encontramos a Jiménez llevándose a punta de arma a Claudia, ella llevaba en su mano un bolso. Subieron a un camión. Corrí detrás de ellos, mientras que Gustavo llegó en una motocicleta, subí detrás y comenzamos a perseguirlos.
El camión salió de la aduana, arrasando con todo infectado que se le cruzara, abriéndonos camino para seguirlo.
Gustavo mostraba manejo en la motocicleta, ya que era muy hábil esquivando los cuerpos de los infectados que podían causar un accidente.

Gustavo acercó lo suficiente la motocicleta para que pudiera subirme al camión por la parte de atrás. Escalé al techo mientras Gustavo retrocedía. Me acerqué a la cabina y patié el vidrio del piloto con fuerza alcanzando con mi patada el rostro de Jiménez.
Entre el estallido del vidrio, los gritos de Claudia, los gritos de los infectados y la pérdida de control del camión.
Chocamos contra una muralla de un edificio. Salí disparado contra la muralla y caí en el suelo, desorientado.
El gruñido de un infectado me hizo darme cuenta de que debía levantarme antes que todo se fuera al carajo.

Me levanté y vi a Jiménez defendiéndose de los infectados con su arma. Aún en la cabina, estaba Claudia, inconciente, su frente sangraba. Abrí la cabina, Jiménez ni siquiera me notaba.
La saqué cargándola al hombro, y comencé a correr. A dos cuadras del lugar encontré a Gustavo. No podiamos ir los tres en la motocicleta.
Se bajó, recogió un fierro y vino corriendo hacia mi. Me agaché y lanzó el fierrazo. Detrás mio había un infectado a punto de morder a Claudia, y él lo derribó. Más infectados se acercaban corriendo al percatarse de nosotros.
Gustavo me dijo que llevara a Claudia a un lugar seguro en la motocicleta. Le dije que nos encontraramos en La Sebastiana, y que se cuidara. Asentió con su cabeza.

Tomé la motocicleta, aún en marcha, subí a Claudia, y nos marchamos de ese infierno.

No se que habrá sido de Jiménez. Espero que haya sido devorado... Gustavo no ha aparecido aún, espero que esté con vida, sano y salvo. Le debo la vida.

Hoy estoy en La Sebastiana, una de las casas de Pablo Neruda, que fue un museo. Hoy es un excelente refugio. Paredes de concreto altas. Reja sólida en su entrada. Además está en la altura del cerro, y su vista da al mar y a sectores más bajos del cerro.
Claudia recuperó la conciencia, pero perdió mucha sangre. Por lo que está acostada descanzando.
Hoy no estoy sólo. Recuperé a mi novia. Tengo una razón para sobrevivir a esta pesadilla.